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Cuantos más…?

 

Jorge Garaventa

¿Cuántos abusos mas son necesarios para que se admita que no siempre la familia es el mejor lugar para niñas y niños?
¿Cuántos más tienen que ocurrir para que la protección se ponga en marcha sin esperar las “evidencias” tangibles?
¿Cuántos para convencernos que ningún abusador lo parece previamente?
¿Cuántos para que la educación sexual, el recurso más simple y más efectivo de prevención, deje de ser un campo de disputas moralinas?
¿Cuántos mas para que quienes tienen la obligación de dictar políticas públicas establezcan los programas pertinentes que permitan conocer a los adultos responsables los signos fundamentales de que algo serio está ocurriendo al niño o a la niña?
No se puede seguir aduciendo ignorancia, descuido, distracción o inocencia cuando la niñez habla más allá de la palabra constantemente.
El abuso sexual infantil no produce signos necesariamente específicos pero si los suficientes como para que los adultos adviertan que algo realmente serio está ocurriendo. Es necesario orientar a la población desde los efectores de formación calificados, escuelas, organismos oficiales, hospitales, ONG, organizaciones profesionales, espacios virtuales.
Es imprescindible oponer información contra los dos polos de la impunidad, el descrédito y el terror.
El terror es hermano del descreimiento y produce respuestas angustiosas y angustiantes que sólo agravan la situación. Los signos en la niñez son inequívocos de que algo está ocurriendo, pero no necesariamente hablan de un abuso. Padres y madres informados pueden preguntar sin presionar o conducir a un especialista cuando su función es insuficiente para establecer lo que está ocurriendo. Y los profesionales tendrán que formarse adecuadamente porque no se trata solamente de tener la oreja atenta.
El descreimiento necesita de un perfil para creer. Es imposible para el ingenuo que un padre, una madre, un hermano, abuelos puedan abusar de los niños.
Las conductas correctas de la máscara de buena persona son el complemento de lo familiar y el salvoconducto para perpetrar políticas vejatorias.
No es cuestión de poner a todos los adultos o a las familias bajo sospecha sino de saber observar naturalmente la conducta de los pequeños.
Piazza hablo cuando adulto. Recién allí pudo expresar el infierno que guardó por décadas. “Nadie” advirtió su sufrimiento de niño. Escribió un libro, denunció a su hermano. Muchos especialistas lo desdeñaron, otros intentaron alinear el abuso que sufrió, al despertar sexual entre hermanos. Fue necesario que el sobrino de Roberto denunciara a su padre por haberlo violado en su infancia…¿era necesario?

*orientado en temas de abuso sexual infantil