volver

 

 

¿Yo señor? No Señor" ¿Pues Entonces Quién la Tiene?

Culpa y Castigo en una Sociedad que se Presume Inocente

 

 

Jorge Garaventa*

 

para La Tecl@ Eñe

 

“Una vez, nos avisan de la Escuela de Mecánica de la Armada, la ESMA: “Lo tenemos al hijo de Laplane; está metido hasta la cabeza y es irrecuperable. ¿Qué hacemos? ¿Lo fusilamos o qué?”. Yo ordené que se lo entregaran a Harguindeguy; le avisamos al padre y lo hicimos salir del país, a Israel, país que él eligió porque su esposa era judía. Una cosa era matar al hijo del coronel Escobar, y otra cosa al hijo del general Alberto Numa Laplane, que había sido jefe del Ejército. Otro caso: el hijo del general Julio Alsogaray. Un día, él vino y nos dijo: “Sé que mi hijo está en la guerrilla; yo no puedo hacer nada, no lo puedo controlar; sólo les pido que me entreguen su cadáver”. Es decir, él calculaba que en algún momento íbamos a matarlo, y veía lo que estaba pasando con los desaparecidos.”

 

Jorge Rafael Videla

 

 

Se dice, decimos, que el machismo es producto de la cultura patriarcal en la que estamos inmersos, la cual, también se dice, es la cultura hegemónica...deducimos entonces que la violencia furibunda que culmina en un femicidio es nuestra propia violencia. Cuando intentamos resumir la violencia en una pareja como una locura de dos, algo de lo nuestro se tranquiliza, tanto como cuando pretendemos relativizar la presencia de una víctima y un victimario...por otro lado, si patologizamos al golpeador y a la víctima, otra vez algo de lo nuestro está a salvo porque ellos y ellas no dejan de ser una desviación de nuestro ser en la normalidad...

 ¿Habrá habido un momento coincidente en el que las instituciones de las fuerzas armadas conscribieron sujetos especiales, asesinos en potencia que estallaron en simultaneo en determinados momentos, o la dictadura genocida habla del hombre medio factible de devenir asesino despiadado de su semejante?

Los abusadores de niños y los violadores de mujeres parecen tener un hilo de relación comportamental, el de disfrazar de necesidad sexual lo que no deja de ser un inmenso placer por el sufrimiento y el sometimiento del otro. Suelen ser por lejos los sujetos que más repulsa social despiertan Tal vez también por eso son blanco casi unánime de fantasías de eliminación o castración.

El pensamiento medio se indigna y pretende soluciones radicales, tal vez para no dejar huella de algo que como cuerpo social, como mínimo, increpa.

Exactamente en el mismo sentido, aunque jueguen de opuestas, operan las renegaciones que tranquilizan una parte del dicente; no son tantos los desaparecidos, muchas denuncias de abuso son falsas, la mujer fue exasperando tanto al hombre que finalmente logro sacarlo de sí. Después de todo la teoría de los dos demonios no es atribución exclusiva de Tróccoli, el ex ministro de Alfonsín que intentó vanamente diluir el Nunca Más!, ni tampoco únicamente aplicable al análisis del terrorismo de estado. Pareciera que cada una de estas situaciones son pasibles de ser atravesadas por el binomio satanizante. ¿en que se ven confrontados quiénes necesitan renegar lo obvio?. Acordemos que no todo es corresponsabilidad inconciente. La cultura judeo cristiana nos ha dado de mamar desde siempre y su engendro mas exitoso ha sido la culpa. Y la culpa, maldito sea Freud por evidenciarlo, puede hacernos autores de aquellos pecados que jamás hubiéramos podido cometer, o hacernos salir con los tapones de punta a condenar lo que en otros momentos transcurrió frente a nuestra indulgencia.

Por eso la teoría de la corresponsabilidad social tiene un límite preciso. No todo es lo mismo. En todo caso establecemos niveles de análisis diversos. Y esto ha de estar necesariamente claro en el decir. La imagen del entonces general y dictador, Bignone, caricatura de una tiranía feroz en retirada está en las antípodas de nuestro planteo. Todos somos responsables, dijo e intentó que el vecino que siguió haciendo su vida indiferente mientras secuestraban, torturaban, desaparecían y mataban, tenía el mismo nivel de responsabilidad que los exterminadores.

De lo que hablamos, y volvemos al origen del escrito es que como sociedad es imprescindible interrogarse acerca del acto de creación que parió a estos sujetos, como se fue diseñando su existencia y finalmente, si es factible que ante determinadas circunstancias cada uno de nosotros puede devenir “sujeto antisocial”.

Se trata de poder preguntarse quiénes son y qué son.  ¿Subjetividades esperables, de acuerdo al comportamiento social medio, o degeneraciones?

 Preguntas que incomodan tremendamente, porque si se trata de nosotros y ellos, es mas fácil ya que es cuestión de tomar las necesarias medidas para cercarlos, aislarlos, tenerlos bajo control, o lo que se pueda, pero sabiendo que es axial, pero si concluimos en que son productos lógicos del comportamiento social, estamos en problemas porque entonces hay que barajar y dar de nuevo porque no deberá quedar resquicio social sin poner en cuestión...

Las respuestas a semejantes interrogantes no son ni simples ni unívocas, salvo la mas inquietante. Los sujetos aludidos son producto de esta sociedad y sus interacciones y si bien no toda estructura psíquica es factible de desembocar en estos inquietantes comportamientos, el arco social sí está en condiciones de moldear estas subjetividades.

No es necesario hilar demasiado fino. Freud permite una aproximación seria y pertinente cuando acuña el concepto de las series complementarias. En un esfuerzo por zanjar la disputa entre los partidarios de lo innato o lo adquirido como determinantes de las conductas concientes o inconcientes del sujeto establece que es el interjuego entre lo endógeno y lo exógeno, en concomitancia e interacción.

Pero aquí es pertinente una aclaración que orienta nuestro desarrollo. Si bien el corpus psicoanalítico basa su desarrollo en la noción de sujeto sujetado por sus determinaciones inconcientes, hay una noción, no necesariamente atendida en los estudios sobre las distintas violencias. Nos referimos al concepto de decisión subjetiva que alude a las posibilidades del sujeto de elegir realizar o no determinado acto, de que el mismo quede en el terreno de las fantasías o se convierta en una acción concreta. Dicho más claramente, lo que diferencia a la compulsión de otros actos, lo que permite que muchas veces, más frecuentemente de lo debido, se hable de emoción violenta o imperiosidad.

Ninguno de los hechos que estamos intentando analizar, abuso sexual infantil, crímenes de lesa humanidad, femicidios, violaciones, etc., responden a una compulsión. Para su ejecución requieren una planificación, paciencia, y conciencia de la oportunidad.

Si bien no adherimos plenamente a las conceptualizaciones que Hannah Arendt desarrolla en “Eichmann en Jerusalén”, es cierto que el uso acotado de su teorización sobre la banalidad del mal puede darnos un poco mas de luz, o lo que es lo mismo, abrir nuevos senderos de interrogantes donde internarnos.

El libro fue escrito en torno al juicio al que fue sometido en Israel el jerarca nazi que resultara condenado por crímenes contra la humanidad y condenado a la horca. (ejemplo de lo que planteábamos mas arriba acerca de la eliminación de los defectuosos)

Arendt presentaba a  Adolf Eichmann como un hombre común sin “desviaciones” patológicas. Dirá que era un simple burócrata que cumplía órdenes sin reflexionar sobre sus consecuencias. Para Eichmann, todo era realizado con celo y eficiencia, y no había en él un sentimiento de «bien» o «mal» en sus actos.

Para Arendt, Eichmann no era el «monstruo», el «pozo de maldad» que era considerado por la mayor parte de la prensa. Los actos de Eichmann no eran disculpables, ni él inocente, pero estos actos no fueron realizados porque Eichmann estuviese dotado de una inmensa capacidad para la crueldad, sino por ser un burócrata, un operario dentro de un sistema basado en los actos de exterminio. Acuñó entonces la expresión “banalidad del mal” para expresar que algunos individuos actúan dentro de las reglas del sistema al que pertenecen sin reflexionar sobre sus actos. No se preocupan por las consecuencias de sus actos, sólo por el cumplimiento de las órdenes. La tortura, la ejecución de seres humanos o la práctica de actos «malvados» no son considerados a partir de sus efectos o de su resultado final, con tal que las órdenes para ejecutarlos provengan de estamentos superiores.

La doctrina Arendt se ha mostrado limitada y vulnerable en muchos aspectos ya que obvia en las situaciones que hemos descripto el ya citado placer por el sufrimiento y el sometimiento del otro.

Hablamos de acciones humanas contra humanos que se emparentan por su sadismo, donde el abuso sexual, la violación y hasta la muerte son una contingencia porque en definitiva de lo que se trata en estas situaciones es de reducir a la víctima a su más mínima expresión de dignidad.

Videla vuelve a expresarlo con una claridad meridiana. Se refería a los desaparecidos pero bien puede ser aplicado a todo lo que nos preocupa en este escrito: “Disposición Final” era una frase más utilizada; son dos palabras muy militares, y significan sacar de servicio una cosa por inservible. Cuando, por ejemplo, se habla de ropa que ya no se usa o no sirve porque está gastada, pasa a Disposición Final. Ya no tiene vida útil (...).”

Poder pensar estas situaciones convoca a subvertir los valores de la cultura de la rivalidad y el exterminio de la diferencia. Se avanza con las leyes pero bastante poco en el interior concreto del tejido social. Si no tenemos una revolución en el horizonte inmediato corremos el riesgo del desánimo.

Decíamos que las políticas de apartamiento de quien encarna estos valores “antisociales”, apenas quita una hierba mala en la tierra enferma. Que de eso se trata, de curar la tierra. Y el único remedio que tenemos a mano es complejo, lento pero imprescindible: la sensibilización, la visibilización, la educación como punta de lanza de cualquier política pública.

Freud decía que educar era una tarea imposible, padecía un realismo bastante cercano al pesimismo. Sin embargo escribió “El porvenir de una ilusión”. Apostó pese a si mismo. Apostemos…

 

* Psicólogo