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Primeras Jornadas Abiertas de Psicoanálisis y Comunidad

 

Cuando Hablamos de Niñez, ¿Hablamos de niños?

 

 

El Psicoanálisis Frente a los Malestares de Nuestras Culturas: Violencias, Abusos, Masacres y Dolor Silenciado

 

Lic. Jorge Garaventa

 

 

 

Los análisis que obtienen un resultado favorable en breve lapso quizá resulten valiosos para el sentimiento de sí del terapeuta y demuestren la significación médica del psicoanálisis; pero las más de las veces son infecundos para el avance del conocimiento científico. Nada nuevo se aprende de ellos. Se lograron tan rápido porque ya se sabía todo lo necesario para su solución. Sólo se puede aprender algo nuevo de análisis que ofrecen particulares dificultades, cuya superación demanda mucho tiempo. Unicamente en estos casos se consigue descender hasta los estratos más profundos y primitivos del desarrollo anímico y recoger desde ahí las soluciones para los problemas de las conformaciones posteriores. Uno se dice entonces que, en rigor, sólo merece llamarse «análisis» el que ha avanzado hasta ese punto. 

Sigmund Freud- De la Historia de una Neurosis Infantil

 

 

El pensamiento de Freud está abierto a revisión. Reducirlo a palabras gastadas es un error. Cada noción posee en él vida propia. Esto precisamente es lo que se llama dialéctica. Algunas de estas nociones fueron, en cierto momento, para Freud, indispensables, pues respondían a una pregunta que él había planteado, anteriormente, en otros términos. 

Jacques Lacan- Los Escritos Técnicos de Freud

 

 

 

Nunca fue definitiva la idea freudiana de circunscribir la práctica psicoanalítica a las neurosis de transferencia. Sus inquietudes de investigador lo llevaron a revisar cada vez sus afirmaciones y aquello que alguna vez estableció como los límites del quehacer psicoanalítico fue luego relativizado al acuñar la idea del “ oro” del psicoanálisis, aquello con lo que se podrían encarar las prácticas que el esquema de ese momento no admitía.

El malentendido cruza el siglo y nos obliga hoy a preguntarnos que entendemos por psicoanálisis, pregunta cuya respuesta excede el marco de la presentación en esta jornada pero sobre la que damos una primera aproximación en negativo: Psicoanálisis no es, al menos no solamente el dispositivo clásico que aprendimos para el consultorio. Tampoco se cerró con la última letra freudiana. La pertinencia de Lacan ha mostrado que la palabra de Freud es palabra viva sujeta a revisión.

Por eso quienes hoy hemos enriquecido nuestra práctica con una concepción de género y abordamos problemáticas no presentes en la obra del maestro vienés nos reivindicamos psicoanalistas de hecho y de derecho habida cuenta que sostenemos la concepción del inconciente, del sujeto escindido, de las rupturas discursivas como vía regia al contenido latente y de la palabra como curadora desde una concepción ajena a la sugestión, que se implique el en develamiento del sentido de la lógica de la sinrazón.

No obstante es tiempo de relativizar nuestras propias afirmaciones cuando nos referimos a problemáticas no presentes en los trabajos freudianos. Basta leer los llamados escritos sociales, y fundamentalmente “El Malestar en la Cultura” para descubrir que, hace en estos días 76 años, Freud vaticinaba esta sociedad actual como posible. Decía entonces:

 

“Hoy los seres humanos han llevado tan adelante su dominio sobre las fuerzas de la naturaleza que con su auxilio les resultará fácil exterminarse unos a otros, hasta el último hombre. Ellos lo saben; de ahí buena parte de la inquietud contemporánea, de su infelicidad, de su talante angustiado. Y ahora cabe esperar que el otro de los dos «poderes celestiales», el Eros eterno, haga un esfuerzo para afianzarse en la lucha contra su enemigo igualmente inmortal. ¿Pero quién puede prever el desenlace?”

 

Como señala James Strachey, Freud agrega esta última oración en 1931 cuando la amenaza nazi era ya una realidad inevitable.

 

No abogamos por un psicoanálisis culturalista sino que reivindicando la esencia clínica del mismo afirmamos que nuestra práctica da cuenta acabadamente de los efectos de los malestares actuales de la cultura en los sujetos y que por extensión, no por defecto nuestras conclusiones pueden ir en auxilio de los estudios sociales sobre lo que hoy ocurre en el mundo.

Bastante aportamos a combatir algunas de las conclusiones reinantes si nos confirmamos en nuestra identidad analítica. Colaboramos con nuestros productos clínicos con sociólogos, científicos sociales y otras disciplinas...pero somos psicoanalistas.

Otro tema que pareciera no estar en cuestión, al menos para el psicoanálisis y quienes lo practicamos es la palabra del niño como entidad en si misma.

Una lectura idealizada podría aludir a que desde que Freud da entrada al decir de Juanito a través del relato de su padre la palabra infantil ha ocupado un lugar constante en la escucha. Sin embargo no ha sido así. Desde aquel acierto freudiano hasta nuestros días han ocurrido cosas en la sociedad, en las psicoterapias y en los análisis que dan cuenta que la supuesta unanimidad hoy reinante ha sido un camino recorrido dificultosamente. Algunos y algunas de quienes preconizaron la viabilidad del psicoanálisis del niño han sido en la práctica obstáculos evidentes a la libre expresión de la palabra infantil.

Ser sujeto sujetado, con las evidencias de los discursos del otro al incluirse en el universo simbólico, y a la vez con una cierta inmediatez en relación a la construcción del discurso colectivo portante no le resta singularidad a sus dichos. Sin embargo el camino a la escucha plena de la palabra del niño está plagada de silenciamientos.

Finalmente, y respondiendo a la pregunta que convoca esta Jornada, ¿Cuándo hablamos de niñez, hablamos de niños? Podemos decir que no necesariamente. Durante mucho tiempo, y aún hoy hemos escuchado hablar de niñez, ese bello período casi celestial, mágico y alegre en el que todo es posible, no existe el sufrimiento, están todos nuestros seres amados recibimos solamente cariño y somos buenos, puros y bienintencionados. Para recurrir a frases hechas Hay excepciones pero que finalmente solo confirman la regla.

El niño que nosotros abordamos suele ser bastante diverso de esa infancia. O, para ser más enfático, es bastante difícil que el sujeto niño se ajuste a las definiciones aludidas.

Sin hablar necesariamente de situaciones extremas o  marginales podemos demistificar por errónea la ecuación niñez- felicidad. Los niños, al igual que los adultos atraviesan períodos de distintas intensidades angustiosas que suelen independizarse de situaciones externas. Su propia conflictiva lo confronta con momentos bastante ajenos a la armonía interna.

Y suponiendo al auditorio con al menos conocimientos avanzados de la obra freudiana creo que no es necesario explayarse demasiado acerca de porque Freud descreyó de la inocencia de los niños, sobre todo cuando supo adivinar con su sagacidad clínica los mas destemplados sentimientos de odio, envidia y destrucción que albergan contra los seres mas amados.

Párrafo aparte lo constituye el análisis pormenorizado de los estragos que la educación y la cultura cometen en la niñez en nombre de la socialización, uno de cuyos estandartes es esa caja de herramientas de represión y sumisión socialmente validada que se conoce con el nombre de “límites”

Es justamente en nombre de esos límites que se han impuesto los mas variados niveles de maltrato hacia la niñez, y que para recurrir a una metáfora trágicamente conocida por nosotros cuando el daño deja huellas evidentes apenas si deslizamos un lamento por el exceso en la función moralizadora o la intervención correctiva.

Los límites no hablan de otra cosa que de la prepotencia e impotencia de los adultos y del fracaso de la educación como vía de formación a través de la palabra y el ejemplo de vida.

Hasta donde sabemos el psicoanálisis es la única disciplina psicoterapéutica que se confronta constantemente a si misma, ya sea en su totalidad como en cada uno de sus elementos. Desde la interrogación sobre el lugar del analista hasta las formas en que se constituye el paciente todo es sometido a constante autorefutación de forma que bastante podemos esperar de una herramienta que, sólida en sus resultados se pregunta constantemente los porqué y los para qué.

Solemos escuchar que nuestra práctica no puede dar cuenta de situaciones extremas, de las llamadas patologías de borde, traumatismos severos o cualquier tipo de sintomatología originada en la inmediatez de la cosa cotidiana.

Se teoriza que en esos casos es cuestión de fortalecer el yo, acompañar la catarsis, presenciar el estupor, recurrir a metodologías psicoterapéuticas a la espera de que la urgencia angustiosa ceda y nos habilite al ejercicio del psicoanálisis. En síntesis, ser testigos y compañía.

Dicha concepción, errónea por supuesto, confunde con psicoanálisis lo que es solamente una etapa e invalida o tolera comprensivamente lo que sería la construcción paulatina del espacio analítico que es tan lícita como los momentos de plena productividad asociativa.

Lo previo intenta fundamentar una vez mas porque sostenemos  nuestra pertinencia a trabajar con situaciones extremas como el abuso sexual infantil, la violencia contra la niñez y la mujer o los afectados por el terrorismo de estado o como la masacre de Cromagnón.

Todos estos escenarios tienen como característica común un dolor actual que excede lo neurótico y presiones familiares y sociales que intentan el silenciamiento allí donde la palabra denuncia falta grave, social gubernamental o familiar.

El analista ha de tener claro que en función psicoterapéutica no es un militante social aunque la tentación es fuerte y que responder desde allí sometería al paciente a un nuevo abandono y una reiterada frustración ya que lo privaría del imprescindible espacio de elaboración de las fantasías conexas con la angustia actual.

Porque despejadas tales imbricaciones el paciente podrá enfrentar de otra forma los ineludibles pasos hacia la reparación que implica por ejemplo, y en la mayoría de los casos el entrecruzamiento con la Justicia.

Los aportes del psicoanálisis han sido valiosísimos y contundentes en la validación, diagnóstico y presunción del abuso sexual infantil, pero no menos ricos han sido sus aportes para esclarecer situaciones de violencia y maltrato hacia la mujer y niños.

A modo de interrogante dejo planteado lo que será el obligado desarrollo teórico que intente dar cuenta de nuestras prácticas:

 

¿ Pueden un niño o niña abusados elaborar el abuso sexual o el incesto sin desenterrar los fantasmas inconcientes previos o concomitantes que nutren la culpa o las fantasías de retaliación?

¿Pueden un niño, una niña o una mujer golpeada cuestionarse el lugar de sometimiento y victimización sin elaborar las fantasías transgresoras que los llevaron a merecer el castigo cotidiano?

¿Pueden los padres y madres que han perdido hijos procesar adecuadamente el duelo sin un recorrido profundo por los más contradictorios sentimientos que nutren las relaciones familiares cotidianas?

 

 

No!

 

Buenos Aires, noviembre 12 de 2005