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Las Cosas por su Nombre
El Femicidio, o los que Matan Callando



Por Lic. Jorge Garaventa*
(para La Tecl@ Eñe)
 






“Hay que ser muy valiente para ser varón y muy cobarde para ser macho porque de lo que se trata es de la profunda inseguridad que le produce a un macho que una mujer sea mujer”

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Son tiempos de femicidio…y no hablo del asesinato de mujeres, o no solo de ello, sino de aquellas a las que se las mata por ejercer su condición de tal…el más constante de los crímenes…tal vez el más evitable. El femicidio no es un punto de partida sino de llegada de un proceso de profunda raigambre cultural que culmina precisamente cuando una mujer dice basta, cuando enarbola su derecho a decidir sobre sus sentimientos, sobre su cuerpo, sobre su sexualidad…el femicidio es tal vez una de las penas de muerte más legitimizadas…la condenada, la ejecutada, seguramente algo hizo para desatar la violencia machista, o algo no hizo para apaciguarla….
Mientras tanto, solemos escuchar perplejos la perversa declamación, "no soy machista ni feminista", como si una cultura que oprime, violenta y asesina, como es el machismo, pudiera equipararse con una palabra que es sinónimo de lucha y de dignidad y en la que hoy confluyen las distintas vertientes de reivindicación del ejercicio pleno de los derechos de las mujeres.
No obstante, la lucha contra el machismo no debería ser vanguardia solamente de los movimientos de mujeres sino también de aquellos que reivindicamos orgullosos la masculinidad...porque el machismo mata mientras que la masculinidad hace a la diferencia y a la confluencia.
Al momento de comenzar con este escrito me interrogaba acerca de si había algo nuevo que pudiera decirse. Desde entonces, los medios de comunicación nos han informado de tres nuevos femicidios. Tal vez son tiempos de decir sin preguntarse qué hay de nuevo, porque lo nuevo que llegue puede llegar a paralizar.
A la sociedad en general le molesta que se evidencien estas violencias en su seno y entonces habla a través de algunos voceros. Los recursos más burdos, pero a su vez más exitosos consisten en banalizar el concepto de violencia de género por un lado y equiparar lo inequiparable, haciendo eje en que la mayoría silenciosa de hombres por temor al ridículo, descartaría denunciar la violencia de la cual son objeto.
Esas intervenciones para nada inocentes pretenden desviar la discusión hacia costados insustanciales y finalmente diluir aquello que se está mostrando y denunciando.
Pero por otro lado, y aunque la fe está hoy a la orden del día, si no pretendemos que nuestro decir sea dogma inapelable para el creyente y se sustente en un, “te creo o no te creo”, para el resto, es menester tomarse el trabajo de repetir cuantas veces sea necesario, aquello en lo que descansa nuestro constructo.​


En ese sentido, hace un tiempo decíamos (1)



“Que estamos ante la presencia de Femicidios.
Que son una expresión acabada de la violencia machista hacia la mujer.
Que en la mayoría de los casos había antecedentes de violencia hacia la víctima.
Que casi todas habían sido amenazadas con ser asesinadas.
Que todos eran crímenes evitables.
Que las reconstrucciones post mortem evidencian premeditación y alevosía.
Que por lo tanto, los hechos están lejos de poder encuadrarse en emoción violenta o crímenes pasionales.
Que hay víctimas y victimarios.”



El concepto de género ha sufrido algunas transformaciones en su utilización académica y cotidiana desde su origen, pero nada impide un encuadre preciso.
Podemos acordar en que no toda violencia contra la mujer es violencia de género e incluso que no solo es violencia de genero cuando se dirige al género femenino, pero a condición de no diluir el concepto en una equiparación tendenciosa y falta de correspondencia con la realidad.
Pero por otro lado, ninguna discusión idiomática logra ponerle el velo a una realidad injusta, lacerante y desequilibrada para quién tenga voluntad de observarla sin ojos necios.
Digamos también que largamente hemos hablado de la necesidad de diferenciar entre machismo y masculinidad (2) no obstante lo cual aquel sigue tan presente en su más acabado producto, la violencia contra la mujer, ya sea en el ejercicio, en las tribunas o en el mero acto, para nada inocente, de diluir la contundencia de los actos o licuar las razones en una supuesta responsabilidad compartida.
Desde que en el año 2008 y ante la ausencia de cifras oficiales la Asociación Civil “La Casa del Encuentro” decide elaborar las propias, provenientes de un riguroso seguimiento de la publicación en los medios, lo que más ha cambiado han sido precisamente los números de dichas estadísticas que inexorablemente crecen.
Si bien sabemos que en este tipo de situaciones de amplio compromiso social las posibles transformaciones son lentas ya que se trata de remover conformaciones culturales muy sólidas, también nos atrevemos a pensar que las políticas públicas en esa dirección, o no han sido suficientes, o no han sido eficaces aún.
Pero recapitulemos, porque de lo que se trata es de fundamentar razones. En nuestra cultura la violencia de género es prácticamente sinónimo de violencia hacia la mujer. Se expresa en distintas formas y grados de maltrato pero lo más alarmante es que crece preocupantemente el índice que indica que dichas conductas culminan en femicidio.
Como decíamos al principio, no todo asesinato de una mujer es femicidio, pero fatalmente sí lo es la mayoría de los que se reportan. La necesidad de sinonimizar la violencia contra la mujer como violencia de género es un claro lugar de llegada que pretende no ya solamente visibilizar y desnaturalizar sino marcar su especificidad. Es la misma razón por la cual el colectivo femenino y quienes acompañan la lucha viene insistiendo en la exigencia de legislaciones que caractericen estos hechos en su esencia.
Si el femicidio no es señalado como tal, la muerte de esas mujeres se desliza hacia el olvido estadístico y con él, cualquier posibilidad de pensar políticas públicas preventivas, con especial énfasis en lo educativo cultural y en lo jurídico.
Suele decirse erróneamente que lo esencial es que se condene el crimen, que se combata la impunidad, fuere con la caracterización que fuere. Esa es una concepción acotada de la Justicia y cómplice impensado de la reincidencia. La pena individual es apenas una de las misiones que se plantea en el momento de resolver un crimen.
Si partimos de la base de que una sociedad tiene una cuota de responsabilidad sobre los crímenes que ocurren en si seno, la sentencia debe contener un mensaje clarificador acerca de las verdaderas motivaciones y sobre que ha de cuestionarse las condiciones de producción de las causas que generan ese crimen, para intentar que no se repita.
No es el colectivo femenino el único sector que se plantea estas cuestiones. Se trabajó bastante para que los crímenes del Terrorismo de Estado pudieran ser encuadrados como de Lesa Humanidad, y mucho más aún para que un tribunal, como el presidido por el Juez Carlos Rozanski hablara finalmente de Genocidio en una sentencia.
La Doctora Eva Giberti y otros vienen insistiendo hace ya muchos años con el objetivo de que se caratule al incesto paterno filiar contra la hija niña como un delito autónomo. Abusa sexualmente de su hija quién no solo fue parte sustancial en su concepción sino que era el responsable legal, social y familiar de sostenerla, educarla y protegerla.. Por supuesto las argumentaciones de la Dra. Giberti son mucho más sólidas y desarrolladas que el resumen que viene al caso.
Aunque con altibajos, también se está avanzando en los llamados delitos sexuales o contra la integridad sexual, y aunque con marcada reticencia de parte de quienes tienen la misión de legislar, de lo que se trata es de que se empiece a llamar a las cosas por su nombre.
El femicidio es la sanción que el machismo impone a la autonomía femenina, autonomía que en sus aspectos más ofensivos refiere a lo sexual y a lo afectivo, pero que también incluye el desparpajo de decidir de manera inconsulta también en cuestiones menores.
El proceso que desemboca en el asesinato de una mujer por el ejercicio de su condición de tal es una construcción tanto personal como social. El camino es la deconstrucción conceptual y discursiva ya que este caldo cultural es el vehículo que transporta hacia el exterminio de la rebeldía.
Es imprescindible revolucionar la educación proveyéndole una perspectiva de género desde lo pre escolar. El patriarcado se ha garantizado su trasmisión desde la institución familiar, y lo consolida desde la escuela.
Si el femicidio es condenado como tal y desde sus propios fundamentos, otros de los beneficiados serán los hombres que necesitan que se haga una clara diferenciación entre lo varonil y lo machista, porque en definitiva, emulando la estructura discursiva de un cierto machismo podríamos decir que hay que ser muy valiente para ser varón y muy cobarde para ser macho porque de lo que se trata es de la profunda inseguridad que le produce a un macho que una mujer sea mujer.



(1) http://www.jorgegaraventa.com.ar/femicidios.htm
(2) http://www.jorgegaraventa.com.ar/vestiduras_masculinidad.htm



*Psicólogo