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Fundación San Javier

VI Jornadas Abiertas de Psicoanálisis y Comunidad
Abusos, Violencias y Malos tratos contra Niños.

 

Adopción en los tiempos del matrimonio igualitario

. ¿Después de los derechos, qué...?

 

Lic. Jorge Garaventa

 

En relación a la adopción por parte de parejas del mismo sexo hoy no es tiempo de reivindicación sino de exigencia del cumplimiento de derechos ya plasmados en la ley.

Quienes desde la salud mental y lo socio cultural venimos ocupándonos del tema debemos intentar dar cuenta de los efectos que la flamante normativa genera. La ley no solamente viene a ordenar lo ya existente sino que propicia movimientos con efectos en las subjetividades y en lo social. ¿Cuáles son los reflejos psíquicos de que la díada madre- padre devenga en madre- madre o padre- padre? ¿Qué pasa con la subjetividad de esos niños que encarnan en si mismos “el desorden social”? ¿Cómo interactúan ellos con los niños que provienen de hogares “normales”? ¿Qué pasa con la educación, necesariamente cuestionada en su raíz? Si tenemos en cuenta que el campo de la adopción es el verdadero núcleo de oposición al matrimonio igualitario, estamos frente a un desafío científico fascinante e ineludible. Ya no se trata de pensar sobre la diversidad social sino de trabajar con los efectos de la misma.

No nos escapa que la rigurosidad de los tiempos de una jornada como esta, apenas nos permite esbozar lineamientos.

 

Hace ya varios años, un grupo de profesionales de salud mental, fuimos convocados por la CHA, Comunidad Homosexual Argentina para reflexionar sobre la adopción por parte de parejas del mismo sexo. Se barajaba la posibilidad de lograr la Unión Civil en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires pero se sabía que de lograrlo la misma excluiría herencia y adopción. Esos eran entonces los límites del progresismo. No obstante, las entidades del colectivo homosexual aspiraban a esa sanción ya que suponían, sería la plataforma de lanzamiento de la campaña por la Ley Nacional de Unión Civil que incluyera la posibilidad de heredar bienes de la pareja y de adoptar niños y niñas.

La Unión Civil era la promesa de máxima lograda en lobbies con oficialismos y oposiciones, y aún así distaba de ser posible. Con los años se zanjan algunas diferencias entre las entidades, se consensua un proyecto de reforma de  la ley de matrimonio civil, y, entre la pujante lucha del colectivo homosexual mas la disputa entre Gobierno e Iglesia Católica se corona el esfuerzo de tantos años de trabajo. La iniciativa fue ley nacional y cerró el debate.

Me voy a permitir transcribir un pequeño párrafo de la nota que escribí sobre la rápida promulgación de la ley, a la cual tuve el privilegio de ser invitado:

 

 “Mucho calor pero cuando entró la Señora Presidenta me recorrió un escalofrío. Y la Señora fue expeditiva, recibió los regalos, habló y finalmente promulgó. Juro que fue tanto el silencio, la respiración contenida en ese momento, que hasta se pudo escuchar el ruido de la lapicera. En un gesto rápido se irguió y miró al escribano…ya estaba, ya había ley, ya millones de argentinos conseguían el acceso al pleno ejercicio de sus derechos, ya no había mas matrimonio heterosexual ni homosexual, había matrimonio…había derecho a la adopción y la herencia. Me corrí a un costado, tenía que bancarme ser espectador porque era la fiesta de ellos, y la fiesta estalló, la emoción estalló, el llanto estalló. Allí estaban el doctor, la escribana, la obrera, el capataz, el abogado, la psicóloga, la prostituta, el malandra, una porción de la sociedad tan heterogénea como el todo. Esa pareja de jovencitos se abrazaba con los ojos enrojecidos haciendo caso omiso a esa pareja tan mayor de mujeres que soltaba el llanto casi desconsoladamente, vaya a saber de cuantas décadas, de cuantas razias, de cuantas humillaciones. Cesar Cigliutti lloraba, siempre llora, diría Marcelo, pero esta vez era distinto…y Don Luis, triste, muy triste, su Oscar no había aguantado mas y se fue con su sueño de casamiento a otras vidas. Se desbarrancó el protocolo dijo Clarín esa noche, y si…se desbarrancó el protocolo del país y en buena hora. Como pude, en medio de tanta gente feliz o emocionada estiré mi mano y llegué a la de María Rachid. No necesitamos decir nada, en esa mirada que nos cruzamos se revivió la historia.”

 

La convocatoria de la CHA, a la que me referí antes, nos hizo las cosas difíciles. Para activistas estaban ellos. Pretendían que pensáramos científicamente el tema.

Cuando se construye desde el activismo hay licencias, que se desploman cuando se piensa científicamente. La adopción por parte de parejas del mismo sexo o la crianza del hijo propio de alguno de los miembros de la pareja homosexual confronta y conmueve los cimientos epistemológicos sobre los que se funda la psicología de la niñez.

Elegí desarrollar, o mas modestamente, empezar a pensar el tema desde “las funciones”. Aprendimos que un niño crece adecuadamente si sus progenitores cumplen las funciones paternas y maternas tal como corresponde al hombre o mujer según las clasificaciones de una psicología o de un psicoanálisis refugiados en los parámetros biologicistas que permiten simular la prejuiciosa apuesta a la familia tradicional.

Quienes nos formamos en los 70 recordamos aún las concepciones de época que, aunque con otras denominaciones, daban cuenta de lo que aquí planteamos. La madre nutría en la inmediatez, permitía el jugueteo entre necesidad, deseo y anhelo, fogoneaba en lo afectivo y profundizaba el cordón. El padre traía el afuera, la realidad, y era el encargado de decir que se terminó la joda e inauguraba el corte, la castración. Modelo único que silenciaba, silencia, la presencia desde hace muchos años, de niños criados en otros contextos, diferentes al tradicional. Y también silenciaba la evolución del mundo femenino que ya no elegía o no podía, quedarse a deprimirse o psicotizarse en el puerperio o postergar o renunciar, a otros desarrollos personales, en post del santo oficio de la maternidad. Y tampoco daba cuenta, no demasiado, de esos padres que por avatares laborales o por elección de otros modus vivendus acompañaba más el crecimiento de los niños.

Si alguien piensa que este enfoque es culturalista, me gustaría desalentar esa lectura. Lacan llama a poner atención en la subjetividad de la época y en todo su desarrollo puede advertirse, como en Freud, que aquella hace lazo psíquico generando estructuras bastante mas complejas que las que estamos tan mal acostumbrados a agrupar en caracterologías que obstruyen el pensamiento.

No obstante creo que es imprescindible poder tener presente que rebotes produce en el diván el pasaje de lo marginal a lo legal y el conflicto aún candente de esto último con la legitimidad social ya que los prejuicios no se borran con leyes.

Lacan flexibilizó el concepto de funciones, pero no terminó de desarroparlo de sus vestiduras tradicionales.

Porque lo cierto es que mas allá de quien ejerza la función, el anclaje esta puesto en que hay un comportamiento que se espera de lo que se llama padre y otro de lo que se llama madre, y esto ha de contribuir, provenga de donde proviniere, a la buena estructuración psíquica del niño.

Aún hoy solemos escuchar a algún colega mediático, sostener que los males actuales de la niñez y la adolescencia volcada al alcohol, las drogas, la delincuencia, la anomia, está ligada a la caída de la función paterna. A renglón seguido se empieza a explicitar que se entiende por ello, relatando todos los males que la sociedad actúa le ocasiona al hombre tradicional.

Las parejas homosexuales no se establecen en general sobre la base de los modelos heterosexuales sino sobre esquemas mas igualitarios, que no significa igual,  y roles dinámicos, independientemente de que por sesgo cultural suele haber una inclinación, generalmente fallida, hacia modelos conocidos.

Quien aquí ha de estar atento es quien es consultado terapéuticamente ya que la búsqueda de homologaciones por parte del terapeuta, es un punto ciego que conlleva al fracaso o a un desajuste superior al que originó la consulta.

Lo que rige las funciones es el deseo. Y desde allí se configura lo normal o lo patológico en la relación con el niño. Si hay necesidad no hay niño en el horizonte sino un objeto que viene a cubrir un agujero, una carencia histórica donde el otro no tiene más destino que de apéndice.

Si hay deseo el niño es otro con desarrollo propio a quien se acompaña y cuyo desprendimiento y desarrollo, más allá de duelos necesarios y pertinentes es facilitado y respetado.

En palabras de Eva Giberti: “...Es posible distinguir entre apetito o necesidad de hijo destinado a satisfacer el vacío personal que puede sentir un adulto estéril, del deseo de hijo como aspecto conciente de la autoconciencia parental que apunta a acompañar a una criatura en su desarrollo, aceptando las diferencias que pudieran aparecer...”

Muchas de las cuestiones en relación a la homosexualidad se definen cuando se zanja la cuestión acerca de cómo se concibe lo homosexual, una elección de objeto o una perversión. El psicoanálisis clásico podría incluirla en ambas categorías. Sobre la elección de objeto ha sido nuestra disciplina la que ha desarrollado y fundamentado el concepto de elección, mientras que la cuestión de la perversión descansa en premisas freudianas del orden del biologismo. La perversión estaría dada por la elección de un objeto sexual diverso del predeterminado. Luego, la implementación social del concepto de perversión ha venido a tergiversar todo el desarrollo incluyéndolo en una impronta moral, lo cual es absolutamente ajeno a nuestra disciplina.

Suele colgarse la traba a la adopción en la cuestión del impacto social negativo para el niño adoptado por parejas del mismo sexo. Los niños integran con naturalidad las diferencias aunque suelen actuar y repetir los prejuicios de los mayores. Se supone que las instituciones han de tomar los recaudos necesarios para neutralizar estas situaciones y que el estado ha de velar por el trato igualitario. Sería un retroceso atroz pensar que hay que legislar de acuerdo a prejuicios o derechos conculcados.

 

En “El derecho de los niños a recibir amor”, decíamos: “La homosexualidad no ha sido menos vejada que la niñez. Es cierto que en los últimos años han crecido los signos de tolerancia a la diferencia. También es cierto que mucha de esa tolerancia se sustenta en la tranquilidad de la otredad, es decir, que los putos, las trabas y las trolas sean los otros que viven en sus guetos, en sus espacios no contaminantes. Con sus lugares de esparcimiento separados del resto. Gran parte de la aceptación social descansa en ese razonamiento. Por eso la adopción horroriza en muchos y genera dudas en otros, pero sobre todo habilita una generalizada comprensión hacia la negativa: “se trata de los pibes, ¿viste?”
La iglesia católica, envuelta en los más vergonzosos escándalos sobre abuso sexual infantil no vaciló en movilizar a sus feligreses en defensa del derecho de los niños a tener un papá y una mamá. ¿Cuánto hubiera cambiado en la historia de la niñez si esta institución, tan poderosa hubiera convocado a sus adeptos en contra del maltrato y abuso a la niñez? ¿Cuánto si el mismo repudio se hubiera alzado contra los Grassi y los Storni?
Lo doloroso es que la iglesia no sólo son los curas, y ellos lo saben, sino que son portadores de un pensamiento social de plena vigencia y buena salud. Son parte de esa sociedad que prefiere a un padre abusador antes que a un padre gay, que prefiere un niño que crezca en el terror del maltrato pero con padre y madre antes que en la “desviación lesbiana”, que prefiere para la niñez, el hacinamiento, la corrupción, las golpizas de un instituto, antes que un hogar homosexual. Que no puede aceptar que lo único que necesitan un niño y una niña es amor. Y que el amor es bueno para quien lo recibe, independientemente de la elección afectiva y sexual de aquel o aquella que es capaz de darlo.”

Y no es necesario decir más.

C.A.B.A. Octubre de 2010