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La ética de la formación en la formación de la ética

Jorge Garaventa*

 

De lo que se trata en este escrito es del ejercicio del agradecimiento, no solo a quienes nos abrieron un bello espacio de trabajo sino y fundamentalmente a los jóvenes profesionales que poblaron cada taller con un entusiasmo tan contagioso que redoblaba el nuestro y lo obligaba a replicarse. Recuerdo cada rostro, cada gesto y cada palabra, y también la deuda que obliga a más. De eso también se trata.

 

Palabras preliminares

Este trabajo intenta dar cuenta de la tarea que durante cuatro años desarrollamos en distintas actividades a las que fuimos convocados- invitados, por el Colegio Profesional de Psicólogos de la Provincia de Córdoba a través de la Secretaría Científica. Se trató de cinco encuentros en la Sede Central y uno en Villa Dolores, más la publicación de tres artículos en medios oficiales, virtuales y gráficos de la Institución.

Lo que pretendemos es fundamentar lo que visualizamos como una asociación inevitable, la formación teórico- práctico, con la ética. Para ello dividimos nuestro trabajo en distintas secciones: encuadre histórico filosófico; desarrollos temáticos y conclusiones.

No se trata únicamente de establecer un esquema conceptual ya que a lo largo del escrito daremos cuenta de algunas cuestiones clínicas esenciales de la tarea que gustosamente desplegamos. No pretendemos una lectura pasiva. Por el contrario, anhelamos que se nos confronte, y si se quiere, al más puro estilo nietzscheano, que se nos traicione. La interpelación y la traición están en la base misma de la creación de pensamiento colectivo.

 

Encuadre histórico- filosófico

El ejercicio ético de la psicología es un fenómeno que trasciende lo personal. Efectivamente comprendemos la ética como una construcción que se basa en tres fuentes; lo individual, lo corporativo y lo social, con ejes que se interrelacionan inevitablemente. Esto significa que ninguno de los tres aspectos “es” sin los otros. Planteado así, lo individual y lo corporativo pierden connotaciones peyorativas y lo social toma una nueva dimensión. No estamos hablando necesariamente de la marca social de la clínica actual, aunque nuestros desarrollos la incluyen. De lo que se trata entonces es del ejercicio ético de la profesión, de los pasos necesarios para lograrlo, y de mostrar cuánto, las instituciones que tienen a su cargo el control de la matrícula pueden aportar a este proceso. Se trata de trasladar la mirada desde lo punitivo hacia lo preventivo y de comprender que crear las condiciones necesarias para que los colegas puedan plantarse en la profesión de manera idónea es un acto ético en sí mismo.

Cuando lo corporativo se consolida con la mirada hacia afuera, el beneficio es colectivo ya que estamos ante la perspectiva del rol profesional en función social, es decir, atendiendo las demandas de la sociedad que no están necesariamente cubiertas.

Hacemos una digresión. No desvalorizamos el ejercicio liberal y privado de la profesión, ni renegamos de é. Lo redefinimos en la afirmación de que puede ser desarrollado con sensibilidad social y espíritu solidario, independientemente de reafirmarnos en nuestra convicción de que es el Estado quien debe garantizar el acceso universal a la Salud Mental.

Los Colegios y Asociaciones de Psicólogos del país fueron forjando su identidad en las luchas contra los sistemas autoritarios, en la legalización del ejercicio profesional y el reclamo por la garantía de espacios de salud mental para toda la población y plena vigencia de los Derechos Humanos. Esta orientación dotó a estas instituciones de un posicionamiento ético social que hace diferencias con otras geografías. De hecho el tributo más siniestro que debieron pagar los psicólogos argentinos fue la desaparición de la Lic. Beatriz Perosio, presidenta de la Federación de Psicólogos de la República Argentina, (FEPRA), en pleno ejercicio de su cargo.

Fue secuestrada el 8 de agosto de 1978 y desde entonces se encuentra desaparecida. En concordancia con este acto de terrorismo de estado, la revista SOMOS, órgano extraoficial pero reconocido de la Armada Argentina, sostenía que el grueso de los subversivos habían pasado en algún momento por el diván de algún psicólogo.

Volvamos entonces a las cuestiones de la formación. Como el Estado, los Colegios escogen sus “políticas públicas” que apuntan a poner al alcance de los colegiados,  aquellas herramientas de intervención que, o no es fácil conseguir en otros espacios, o no están necesariamente al alcance de todos y todas, por dificultades económicas u otras razones. Son estas políticas las que ponen más en evidencia el espíritu solidario de las colegiaturas.

Acorde con esta historización no debería sorprender el espacio especial que en los cursos y talleres de formación que organizara el CPPC, ocuparan las temáticas acerca de los maltratos y los abusos sexuales contra la niñez y las violencias contra la mujer, las patologías del borde y del desborde y los distintos interrogantes acerca del quehacer profesional.

Lo cierto, y esto es algo que debe subrayarse, cuando se forma colegas para la intervención en este tipo de problemáticas, no solo se están brindando herramientas para mitigar el dolor de las víctimas sino que se está aplicando, de modo eficiente, un esquema de prevención de futuros males sociales en una sociedad que se ha acostumbrado demasiado a correr detrás de la urgencia.

La buena formación garantiza el actuar responsable y pertinente que, como bien le gustaba decir a Freud, no cae del cielo ni brota de una piedra.

 

Un recorrido sobre los desarrollos temáticos

Quehacer Profesional:

Hablar de Quehacer profesional significó internarnos directamente en las cuestiones de la ética, pero de una ética que traspase las ineludibles disposiciones deontológicas contenidas en los códigos que delimiten para arribar a aquella modalidad subjetivante en función social. Ni más ni menos que la forma de pararse en el trabajo clínico con los otros. Coincidimos con Eva Giberti en que es necesario desterrar hipótesis de universalidad para poder apreciar la presencia de distintas éticas en juego, que de cualquier manera, no se trata de opciones o posicionamientos personales sino de construcciones sociales con mirada en el bien común, que aunque a algún sector pudiera resultarle escandaloso, si concebimos la Psicología como una de las disciplinas que entienden en la salud de la población, esa mirada es imprescindible, de la misma manera que es difícil obviar un posicionamiento sobre los Derechos Humanos.

En síntesis, y mucho más en las problemáticas que nos acerca la modernidad, estamos hablando, ahora sí, de la marca social de la clínica actual.

Cuando hablamos de subjetivante, independientemente de estar haciendo una apreciación simbólica, referimos a que son prácticas necesariamente transformadoras en todos los actores del acto terapéutico. Los códigos de ética actúan como retén de desvíos, pero hay previas ineludibles.

El modelo clínico brinda pautas aplicables a todo tipo de intervención desde nuestra disciplina que apuntan efectivamente al logro de las buenas prácticas, a saber; la formación, la supervisión y el trabajo terapéutico personal. Son instancias éticas ineludibles.

Nuestra profesión es originalmente generalista lo cual implica que para ejercer, el único requisito sería el título de Psicólogo o Lic. En Psicología otorgado por una casa de estudios universitarios habilitada para ello. No obstante, algunos Colegios que tienen a su cargo el control de la matrícula van estableciendo algunas especializaciones para ejercer en determinadas áreas. Hasta ahí estamos en el terreno de lo formal, de lo ineludible. El posicionamiento ético reclama formación extra y actualización constante para poder responder adecuadamente a las demandas de época que poco o nada tiene que ver con la moda. Las demandas de época hablan de las nuevas constelaciones comportamentales, las nuevas conflictivas y patologías que suelen interpelar lo establecido. De lo que se trata entonces es de una disciplina de “vigilancia epistemológica” y de prepararse para poder brindar las adecuadas respuestas.

Loa ateneos clínicos y las supervisiones son parte consustancial de este proceso, inevitable eslabón en la formación integral.

Emiliano Galende nos advertía hace unos años acerca de algunos desvíos que podrían dañar el proceso de formación cuando de supervisión de las prácticas se trata. En estos procesos hay un momento de identificación de cuya resolución depende parte de este tramo de la formación. La identificación al rasgo posibilita incorporar positivamente la metodología pero con un amplio margen de libertad para poder establecer las diferencias. La identificación masiva es paralizante porque, tomando el ejemplo de la clínica, no hay espacio que permita la personalización y procesamiento de lo aprendido. Se incorpora la figura y sus métodos y queda anulado el sujeto del aprendizaje. La parálisis vuelve nula la creatividad y las intervenciones espontaneas. No es un modelo sino un dogma. En este tipo de actividades descansa algún estilo de formación esclavizante que no es tan ajeno a nuestras praxis.

Finalmente, hay otra cuestión que no puede soslayarse. La  práctica psi debe ser tomada con todos los recaudos que señalamos antes, fundamentalmente para garantizar intervenciones y asistencias idóneas ya que de no ser así aparecen ciertos riesgos, sobre todo cuando trabajamos con temáticas desgastantes y demandantes como las violencias y algunas patologías graves. Nos referimos al Síndrome de Burnout, descripto hace unos años por Eva Giberti y profundizado por Vita Escardó en un trabajo de reciente aparición. Este cuadro al que suele confundírselo con el estrés, si bien comparte con él, algunas características sintomáticas, incluye una especificidad que nos lleva a prestarle especial atención: ataca el corazón de lo vocacional, por lo cual, si no es adecuadamente resuelto, puede desembocar en el abandono temporal o definitivo del quehacer profesional.

 

Intervenciones en situaciones de borde y de desborde

Herramientas de abordaje en abusos y violencias contra la niñez

Intervenciones complejas en abusos y maltratos

Espacio clínico sobre abusos y maltratos hacia la niñez:

Los cuatro talleres fueron atravesados por una concepción- eje de la convocatoria, hablar de la sutura, es decir, del abrochamiento por el cual la clínica da cuenta de la teoría y esta ilumina los hechos con los que nos encontramos y sobre los que intervenimos.la teoría permite iluminar aquello con que vamos a encontrarnos, pero a su vez la clínica ni más ni menos que confrontará a aquella para ratificarla o modificarla. El rol de la teoría es tornar razonable el reinado de la clínica que es, a decir de Lacan, la lógica de la sin razón, ese inexpugnable que debe volverse claro. Por eso asumimos el concepto de Miller, sutura, por sobre el de anclaje, que nos trasmite un proceso más estático, justamente lo opuesto a lo que surge de un material clínico observado o expuesto.

Y es también en este sentido que elegimos hablar de intervención. Descreemos de la posición pasiva ante un paciente que demanda anestesia para su angustia. La pasividad es una perversión de la abstinencia, tan necesaria y saludable y que implica acotar al máximo la subjetividad para que la problemática de quienes nos requieren transite a sus anchas los carriles de las transferencias mientras intentamos tener en caja los rebotes contratransferenciales. Humanos somos y a veces se escapa la tortuga. Pero de lo que se trata es parecido al amor. No se puede trabajar sin amor, pero es necesario tener en claro los efectos que produce en el marco del consultorio. No es necesario subrayar aquí entonces, la importancia que cobra el tránsito por un proceso terapéutico personal por parte del terapeuta.

El taller clínico es un laboratorio privilegiado. De hecho así se lo denomina según la teoría que se sustente. Es el ensayo general previo a la escena mayor. También debería ser una tumba de lo pragmático en el sentido de lo artesanal espontaneo y azaroso. Más temprano que tarde el terapeuta deberá dar cuenta del porqué de sus intervenciones. Estamos entonces si en el campo de las praxis donde reaparece el ensamble entre la teoría y la técnica, de la sutura que de fundamentos. No es la clínica el mejor escenario para el ensayo y error.

Si en ninguna situación clínica se puede improvisar, menos aún en las de desborde ya que los estímulos angustiosos suelen sobrepasar la capacidad de reacción y, dependiendo de la estructura de cada quien, la descompensación puede ser grave y derivar en conductas de riesgo para sí y para otros. Suele decirse que son momentos de poner todo entre paréntesis, clínica y teoría, para actuar desde la emergencia. Este puede ser un error con consecuencias. La urgencia no es sinónimo de desesperación, y mucho menos de improvisación.

Si se observa una situación de emergencia médica en un hospital, esta puede convertirse en escenario de aprendizaje. Quienes corren no lo  hacen por desesperación sino porque es parte del protocolo. Unos segundos pueden salvar el riesgo de muerte, pero cada uno de los pasos responde a un saber previo. Y si bien aquí termina las analogías ya que en el campo de salud mental hay un campo de incertidumbre que tiene que ver con la estructura personal y lo psíquico humano, el tener en claro la forma eficaz de intervenir en las crisis organiza el proceso.

El suicidio no es necesariamente una situación de desborde pero suele ser presentada como paradigma. En no pocas oportunidades el desborde está del lado del terapeuta. Tanto la experiencia como los estudios sobre suicidología, que los hay y muy valiosos, son alentadores en el sentido de que intervenciones atentas y oportunas lo hacen mucho más evitable de lo que a priori se supone. Mal que nos pese, los prejuicios que habitan en la sociedad, se suelen filtrar en los consultorios. La vigilancia epistemológica reaparece entonces como una necesidad insoslayable para combatirlos.

No hay sentencia inapelable en las amenazas de suicidio. La experiencia y los muertos dan cuenta de la falsedad de una verdad consagrada: Quien amenaza no se suicida. Tampoco la opuesta es infalible. Si algún grado de vínculo sigue sosteniendo el paciente en crisis suicida, implica que la demanda, en el grado que fuere, se sigue sosteniendo. Y desde esa luz es factible visualizar que en muchas oportunidades no desea quitarse la vida sino poner fin a la angustia. Nuestra palabra y nuestra presencia terapéutica pueden relanzar el circuito vital.

La interconsulta psiquiátrica es, en esta y otras crisis de desborde, otra de las patas que sostiene en pie la intervención. Pero interconsulta no implica abandono de la tarea sino idoneidad para entender los momentos de la interdisciplina. Donar al paciente a psiquiatría genera ansiedades de abandono en alguien que no necesita más dolor en esos momentos.

El riesgo melancólico de suicidio nos confronta contratransferencialmente con una impotencia, que es el tuteo con una afánisis trágica, ausencia de deseo que parece no dejar bordes desde donde sostener y sostenerse. La melancolía también nos chucea con la estafa de la seudo recuperación, que no es otra cosa que preparar la pista para desplegar la maniobra mortal que nunca abandonó. Las mejorías, efectivamente, son los momentos de más alto riesgo. Andamos en los terrenos de la pulsión de muerte contra la que sólo no se puede, ni como paciente ni como terapeuta.

El resto de los talleres, con abundante casuística, giró en torno a la apropiación y conceptualización de herramientas de intervención en abusos sexuales y violencias contra la niñez.

Las primeras cuestiones que nos atraviesan son la contundencia del entrecruzamiento judicial por un lado y las legislaciones vigentes por otro. Esto genera inquietudes y temores pero también confusiones que amenazan con desvirtuar el rol. Allí surge nuestra insistencia en posicionarnos éticamente. No somos militantes cuando estamos en función. Tampoco jueces, fiscales o abogados sino psicólogos en función terapéutica o pericial.

La Dra. Berlinerblau ha desarrollado claramente las diferencias entre una evaluación forense y una psiquiátrica. Hemos adaptado su aporte a nuestros desarrollos pero reconociendo absolutamente su inspiración.

Función Terapéutica: regida por conceptos y pautas teóricas;  garantía absoluta de confidencialidad, centrada en el diagnóstico y tratamiento; metodología no dirigida ni estructurada; búsqueda de información subjetiva, y con producción de contenidos subjetivos y emocionales, con preponderancia de fantasías y conflictos.

Función Pericial: se rige por evidencias y pautas legales; no hay confidencialidad; busca obtener información no contaminada de los sucesos; metodología dirigida y estructurada; búsqueda de información objetiva; la búsqueda es de datos medianamente precisos de los acontecimientos, con datos claros y descripción de las conductas de las personas actuantes a los fines de volcarlos al informe en modo de prueba o evidencia.

Va de suyo las dificultades que puede acarrear una intervención donde estas funciones no estén claras.

Femicidios: Ante la preocupante persistencia de los femicidios no podía quedar fuera de agenda al menos un encuadre y algunas consideraciones. Parte de dos talleres fueron escenario para el abordaje.

Que se considere el femicidio como un crimen contra la mujer por el solo hecho de serlo y que a su vez constituya la etapa superior de la violencia contra la mujer, no son, no deberían ser, anotaciones al margen en la formación de los psicólogos. Los colegas que trabajan en instituciones asistenciales públicas se encuentran todo el tiempo conviviendo con las violencias en todas sus formas y grados. Pero además hoy difícilmente haya un ámbito donde no esté presente.

El trabajo con estas consultas implica formación focalizada ya que las formas de intervenir son específicas, trabajo interdisciplinario y en red.

Es necesario conocer el circuito de las violencias para entender de donde se viene y que puede ocurrir, poder discriminar lo que es un sistema familiar violento, de rara ocurrencia, de lo que es violencia de género y contra la niñez, disfrazada de violencia familiar.

El terapeuta no solo debe estar atento sino que no puede desechar la observancia de los indicios, descalificaciones, burlas pesadas, insultos, ninguneos, e intervenir con decisión porque una vez que la violencia se desata abiertamente se hace ineludible la participación de la Justicia y estaremos actuando sobre las consecuencias y no sobre la prevención o la erradicación temprana, cuando hay situaciones como las que describíamos antes.

Si hay niños, nuestro concurso se hace imprescindible. Así como la clínica nos ha enseñado que quien ha padecido abuso sexual cuando niño sufre una devastación psíquica de tal magnitud que sufre riesgo de ser abusado en todas y cada una de las instancias de su vida, también sabemos que la violencia es siempre violencia aprendida y que todo parece indicar que hay un aprendizaje por identificación de género. De allí que varones que han presenciado violencia están potencialmente en condiciones de repetir patrones de conducta del hombre golpeador mientras que la identificación de las niñas con su madre puede derivar en conductas de sometimiento y victimización violenta, cosa a la que la cultura también empuja “naturalmente”. El plus de impotencia y odio deriva en algunos casos en violencia hacia los niños.

El femicidio nos enfrenta, finalmente y cada vez con más frecuencia con el tenebroso paisaje de niños o niñas que han perdido a su madre porque fue asesinada y a su padre porque está preso. Estamos ante nuevas formas de orfandad ya que difícilmente el femicida no aloje contra sus hijos un plus del odio que lo llevó a asesinar a quien les dio a luz.

 

A modo de conclusión

Habitamos tiempos especiales socialmente. Quienes hemos decidido intervenir clínicamente en situaciones de violencias observamos que dicha elección es cada vez más relativa. Hoy las violencias golpean todas las puertas y la visibilización producto del trabajo de los colectivos sociales y de la contundencia de algunos hechos de trascendencia pública, revelan que atraviesa in extenso, todo el tejido social.

En tiempos de escasés de la empatía, de barbarización de los vínculos, de incremento de la crueldad y de diferencias desquiciadas, es difícil plantearse un ejercicio alegré de la psicología. Probablemente no sea posible cuando se interviene en estas temáticas, cerrar el día con una sonrisa, pero si podemos comprender nuestro trabajo porque ha sido fundado, responsable y eficiente, la satisfacción es el combustible para poder seguir ejerciendo esta actividad que hemos elegido para toda la vida.

Cuando hablamos de formación específica y sistemática para enfrentar las violencias, estamos dando por sentado que previamente hemos incorporado los conocimientos indispensables y básicos.

Cuando lo gremial aloja como eje principal la profundización teórico- práctica y la provisión de herramientas de intervención ante los nuevos desafíos, estamos engrandeciendo la disciplina.

Bienvenidos entonces los ciclos de formación profesional como en el que hemos participado estos años convocados por el Colegio de Psicólogos de Córdoba, y un especial agradecimiento a la Licenciada Alejandra Campañille por la gentileza, la confianza y el empuje.

 

Bibliografía consultada y recomendada

Nietzsche Federico- Así Habló Zarathustra- Biblioteca La Nación- 1993

Avelluto Osvaldo- La Construcción de la Profesión de Psicólogo- Eduntref- 2014

Giberti Eva- Las Éticas y la Adopción- Sudamericana 1997

Giberti, Garaventa, Lamberti- Vulnerabilidad, Desvalimiento y Maltrato Infantil- Noveduc 1997

Galende Emiliano- El Tratamiento Psicoanalítico- Cuadernos RAP- APBA- 1987

Vita Escardó- Síndrome de Burnout, Cuidado de Cuidadores- Noveduc 2016

Garaventa Jorge- El diagnóstico ¿Senda o Destino? Revista Nuestra Ciencia Nº 15- CPPC- 2014

Garaventa Jorge- El Pinzamiento Obsesivo- Actualidad Psicológica- Agosto de 2016

Martínez Carlos- Introducción a la Suicidología- Lugar Editorial- 1999

Berlinerblau Virginia- Evaluación Psiquiátrica y Forense en Abuso Sexual y Malos Tratos contra Niños, Niñas y adolescentes- Lugar Editorial- Eva Giberti, compiladora- 2005

Garaventa Jorge- Artículos varios sobre Femicidios en www.jorgegaraventa.com.ar

Fernández Ana María- La Diferencia Desquiciada- Biblos 2013

Rozanski Carlos- Abuso Sexual Infantil- Ediciones B- 2003

 

 

*Psicólogo- MN N° 5603