Volver

El Pinzamiento Obsesivo*

Jorge Garaventa

 

“toda gratificación sexual puede quedar tan sólidamente unida a ideas terribles de castración, que finalmente lo úno resulta inconcebible sin lo otro. A menudo el paciente se comporta como si inconscientemente buscara la castración, pero lo que en realidad está buscando es algo que ponga fin a la angustia que imposibilita el placer…frecuentemente después de llevar a cabo cierta actividad que simboliza la castración, el paciente realiza un ritual que ocupa el lugar de una “anulación” de lo realizado”

Otto Fenichel

 

La técnica del pinzado, dicen quienes trabajan en la creación y mantenimiento de bonsáis, consiste en eliminar los extremos de los tallos que crecen activamente en longitud, para estimular el desarrollo de las ramas laterales. Castración y represión, en definitiva para que crezca algo desplazado y sustitutivo. Algo se sofoca, queda pinzado entre dos superficies, dice la traumatología. Las malas posturas podrán ser causa o consecuencia, pero el  dolor que antecede a la parálisis se torna inevitable y persistente.

Estamos ante la experiencia de lo obsesivo y como tal, frente a los diversos interrogantes que nos confrontan. Casi en contraposición con el mito psico- popular, será un escenario en el que se transitarán muchos estados, menos el aburrimiento.

¿Esperarlo o ir al encuentro? El dilema existencial que subyace detrás del discurso obsesivo pone el riesgo el proceso mismo del análisis si es que el analista se queda atrapado en esta falsa opción. No es poca cosa que una “e” reemplace la “o” de la pregunta del inicio. Siempre hemos supuesto que la histeria, (no la histérica, menos en tiempos de masculinidades histéricas), no debería encontrarnos allá donde suele buscarnos, ya que el riesgo sería arrastrarnos juntos en la corriente de sus padeceres. Pero cuando de pensamiento obsesivo se trata es necesario que además haya encuentros esporádicos para ir tejiendo retazos de alianzas terapéuticas.

Esperar sencillamente la fractura del discurso puede resultar eterno, y serlo. En el medio, un sujeto portando las más agudas manifestaciones del sufrimiento. Seguimos pensando con Piera Aulagnier que una de las tareas esenciales del analista es calmar la angustia del analizando.

La tarea no suena sencilla pero analizar no lo es. Habrá que poder esperar y acompañar pero sin perder de vista que la marcha del análisis depende de que el analista pueda sorprender a menudo allí donde no se lo espera. Sobre todo ante quién pueda suponer que todo seguirá ocurriendo de manera previsible. Pero esta previsibilidad no es del orden de la seguridad. No es la calma de tener todo controlado. La repetición es repetición del fracaso y el sujeto está necesitando encontrar la diferencia sin la cual, todo es anodino. Es en esa mismidad que roza la impotencia donde se instala la cuna de la demanda. No depende sólo de nuestro visitante que algo se arme.

El pensamiento obsesivo ha sido tan banalizado como ridiculizado. Cuando esa banalización se instala en el consultorio, estamos en problemas, pero más lo está quien acude a nosotros con la ilusión de que lo ayudemos a desentramar la razón de la sin razón.

Y aquí rozamos la primera verdad de Don Pedro Grullo. Con el pensamiento obsesivo hay sufrimiento generalmente severo, persistente y constante. Estamos ante un sujeto padeciente, pero además, de lleno frente al dolor psíquico, ese infaltable rutinario de nuestras prácticas que suele confrontar a pacientes y analistas. Ante ese abismo intransitable el sujeto llega al consultorio cargado de dilemas. ¿Y nosotros?

El diagnóstico ocupa un lugar central, mal que nos pese a quienes suponemos que puede tener olor a bosta. No se trata de armar corrales sino de saber desde donde partimos para desalambrar.

En el embolsado que constituye el diagnóstico nos encontramos a menudo con un recipiente que sinonimiza conceptos no necesariamente conexos sino incluso contradictorios. Pero se sabe, somos hijos dilectos de la psiquiatría y como tales, ya lo dice el tango, estamos para darle disgustos a nuestra madre.

El diagnóstico pierde su eficiencia, eficacia y utilidad cuando de la mano de los poderes se convierte en herramienta auxiliar de control social. Recorrido del cual nos dispensamos y remitimos a la lectura de Michael Foucault.

No se trata entonces de desterrar el diagnóstico sino de reformularlo. Y es necesario tener en cuenta esto ya que la oreja, en su anudamiento con nuestro inconciente va a diagnosticar, con o sin nuestra anuencia. (Otra vez Pedro Grullo recordando aquello de la supervisión y el análisis personal).

La psicóloga y psicoanalista Gisela Untoiglich aconseja escribir con lápiz los diagnósticos en la niñez. Tal vez en bueno trasladar esa premisa con el grueso de los analizantes ya que trabajamos con el inconciente en la mano, y, se sabe que el inconciente no tiene edad.

Si logramos diferenciar claramente entre la presunción diagnóstica que desentraña parte del camino a recorrer y el etiquetamiento que maniata, imposibilita y ciega, la tarea con el pensamiento obsesivo no se hace fácil pero deviene más productivo para la diada del análisis.

Si nos detenemos tanto en este aspecto es porque en la llamada neurosis obsesiva encontramos fisuras y confusiones de evaluación de suma importancia.

Los etiquetamientos producen subjetividades invalidantes que recrean condiciones de agravamiento. Tal vez el paradigma más elocuente es el diagnóstico de Trastorno Obsesivo Compulsivo, que rápidamente se convierte en una identidad absolutamente estigmatizante: el TOC, del cual nada se puede esperar salvo más sufrimiento en el sujeto y resignación en el analista. Falsas premisas que adjudican a la estructura la carencia de intervención creativa.

No se puede trabajar sin diagnóstico. Ni cualquier diagnóstico, ni ningún diagnóstico. Y como el diagnóstico vendrá, mal que nos pese, lo mejor será entonces saber de qué se trata y tener las premisas integradas a nuestra tarea de analizar.

La asociación libre, la atención parejamente flotante, las  construcciones, señalamientos, actos, es decir, todo el bagaje de nuestra formación, puede resultar palabra vacía si no hay hipótesis del porqué y del para que. Estamos hablando ni más ni menos que de la dirección de la cura. 

Y aquí reiteramos nuestro interrogante inicial. ¿Esperar o ir al encuentro? ¿Esperar qué de quién descarnadamente viene a mostrarnos su imposibilidad de tránsito? ¿No estaremos instalándonos en una instancia gozosa de no puedo del otro? ¿Se nos caen los anillos de psicoanálisis si nos planteamos intervenciones más activas?

Freud nunca esperó a nadie, ni esquivaba las problemáticas. Tal vez porque tenía claro el concepto de Nirvana, ante los padecimientos del paciente. Iba al encuentro: proponía, interrogaba y rellenaba huecos. Con su obra terminada y el legado teórico, podemos cuestionar algunas intervenciones, tal vez no las más osadas. Pero es más que claro que a lo único que el maestro vienés le sacó el cuerpo fue a la mirada del paciente para que se desplegaran las fantasías con mayor fluidez.  Con su actitud analítica siempre mostró que el paciente no podía quedar solo. De ahí su obcecada investigación in situ. Tal vez es claro, entonces, aquello de que el abandono de la neurología como profesión de práctica tiene lugar en Francia y junto a Charcot, cuando la ambulación histérica empieza a cobrar sentido. Y todo cobra sentido cuando alguien pone la oreja y se plantea que “algo tenemos que hacer con esto”.

Es que es allí, en los albores de su formación cuando descubre que las neurosis tienen una ley y un sentido. La luz se terminará de encender con aquello de que “el paciente no sabe que sabe”. Sólo que si nos sentamos serenos a esperar en nuestro cómodo sillón, tal vez el analizante nunca se reencuentre con su saber, y el analista  sucumba en una siesta ciega.

No bien se centró en el centro de su invención, el Psicoanálisis, Freud se mostro preocupado y ocupado en la etiología de las neurosis; esto es, cómo y porqué un sujeto deviene neurótico. Pero no se conformó con una teoría general. Necesitó saber cómo se conformó cada agrupamiento sintomático a los que comúnmente llamamos cuadro o estructura. Claro. Estaba ni más ni menos que desentrañando el misterio de las pulsiones y sus destinos y bordeando el descubrimiento del Inconciente. El paciente llega con sus angustias, sus incertidumbres, sus repeticiones vitales, pero también, aún sin saberlo, parapetado en sus defensas. Es lógico ya que son las que le han permitido sobrevivir hasta hoy y como fuere. Debería quedarnos claro que es tarea del analista desmontar toda la trama defensiva.

Una digresión operativa. Preferimos hablar de agrupamiento sintomático, sin desconocer los estudios nosográficos ni los aportes del estructuralismo.

La nosografía, además de encapsular, es hija dilecta de la psiquiatría tradicional, de la cual es preciso diferenciar formas de pensamiento y de intervención, para liberar el imprescindible espacio de la interdisciplina.

El DSM V, Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (en inglés Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, DSM) es la última edición de un proceso editorial que el año próximo cumple 65 años, y que es el paradigma de la operatoria de la medicina psiquiátrica y su relación con el control social. Editado por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría (en inglés American Psychiatric Association o APA). A poco de andarlo confirmamos el reinado del concepto de síndrome: conjunto de signos y síntomas que caracterizan una determinada enfermedad. Por eso, al final de cada trastorno descripto hay una serie de descripciones conductuales. Una cantidad determinada de ellas sellará el diagnóstico y tal vez el destino subjetivo del consultante.

No estamos en condiciones de afirmar o negar el auxilio que estas herramientas puedan brindar en otros abordajes, pero su combinación con el Psicoanálisis solo arrimaría silencio y confusión. Poner la certeza diagnóstica justo allí donde es necesario que el significante vibre más que nunca no parece la mejor opción. Reelegimos la mirada- linterna y el diagnóstico a lápiz.

El estructuralismo, por otro lado, tampoco ha sido la panacea. Sobre todo, disentimos en aquello de que los cambios solo son posibles en la intraestructura, deshabilitando mudanzas liberadoras interestructurales que han ayudado a entender las evoluciones psíquicas hacia posicionamientos de menos dolor psíquico y sobre todo de resolución de la conflictiva.

No obstante, poniendo entre paréntesis esta salvedad, si fuera posible, el concepto de estructura es de gran utilidad, sobre todo a partir de la manera en que lo caracterizó Piaget en aquello histórica conferencia, “Génesis y Estructura”. Allí, el psicólogo francés define la estructura como un sistema que presenta leyes o propiedades de totalidad, en tanto que sistema. “La totalidad y las partes poseen, a su vez,  leyes y propiedades diversas entre sí. Concluye en que génesis y estructuras hablan de un desemboque en otras estructuras con leyes y por lo tanto características propias de la misma formación. Creemos que es un esquema apto para repensar la dinámica del inconciente y del aparato psíquico, pero sobre todo de los agrupamientos sintomáticos y conductuales.

Volvamos ahora al tema que nos convoca. Nuestros maestros decían que se dormían y aburrían frente al pensamiento obsesivo. Despojemos absolutamente de cualquier impregnación despectiva nuestra afirmación ya que de lo que se trata es una modalidad diagnóstica, habitual por entonces, fundada pero tal vez insuficiente y a riesgo de subjetividades. Cultores de la contratransferencia, un concepto que hay que reivindicar, desproveyéndolo de sus aristas mágicas, fueron precisos al decir que había que estar muy despierto. Obviamente,  porque como se dice en la calle: si te descuidás, te duermen.

Es tan diversa la fenomenología obsesiva que a veces nos lleva a preguntarnos si efectivamente estamos ante la misma cuestión. El pensamiento obsesivo es la constante. Freud seguramente remarcaría la coincidencia etiológica. El obsesivo se angustia tratando de evitar la angustia que le generaría la irrupción de  los deseos letales hacia su padre. Preso de la grieta amor- odio adopta el rictus gentil en extremo, pero nada alcanza. El grueso de la energía psíquica queda al servicio de controlar que todo esté en su lugar. Cada espacio es la proyección misma de su aparato psíquico, y si algo se desordena el odio irrumpe.

Vamos a introducir una variante. Se combate el odio hacia el padre por una suerte de impronta moral, parecen decir algunos textos: no se puede ni se debe odiar al padre. Sin embargo sostenemos que esa es una nueva capa engañosa.

Melanie Klein concluye, en el análisis del psiquismo temprano, que cuando el niño descubre que el amado pecho bueno y el odiado pecho malo son una unidad, y que esa unidad es ni más ni menos que su madre, se entristece profundamente. Es el pasaje de la posición equizo paranoide a la posición depresiva.  Nada dice del padre, pero el padre está en aquellas guerras galácticas de  penes aterrorizantes tan comunes en la clínica kleiniana. Si bien no está hablando específicamente de la neurosis obsesiva, si nos permite bucear en el mecanismo. El niño proyecta todo el furor destructivo hacia su padre- rival, pero toma nota del poderoso que tiene enfrente. Esa es la raíz de sus sensaciones terroríficas. Puede ser destruido. Sostenemos como hipótesis de trabajo que toda relación de ambivalencia afectiva tiene como sustento último el terror al odio destructivo del otro.

Históricamente decimos que “el paciente no sabe que sabe”. Pero estamos en el campo del psicoanálisis, en el que hemos aprendido que no todo, por no decir casi nada, es lo que parece. Entonces, también “sabe que no sabe”, de lo contrario no estaría instalado frente a nosotros, prisionero de la perplejidad. Y es que nadie como el sujeto obsesivo se tutea con tanta facilidad con las aristas mismas de sus conflictos. Todo puede estar claro, y hasta podemos coincidir. La conciencia de la inconciencia, como rasgo intelectual sólo suma confusión impotente cuando la repetición y el fracaso recuerden que la cosa pasa por otro lado, y es aquí donde se teje pacientemente, valga la redundancia, los senderos de la singularidad, que es el secreto último de la enseñanza freudiana.

Es que ya Freud pasó por la hipnosis y el psicoanálisis del yo intentó el empoderamiento de la instancia social. En esos caminos hemos repetido los mismos fracasos que nuestros analizantes. Y aunque parezca el principio más elemental, es finalmente la verdad única que encontramos a cada rato: el sujeto es sujeto del inconciente. Hiancias, escotomas, lapsus, síntomas, sueños, olvidos, recuerdos. Es tan extensa la lista de bocas de ingreso al inconciente, que cuesta aceptar que hay que esperar la evidente ruptura del discurso. Hay que salir a buscar donde dar el pinchazo, aunque al principio sea apenas subcutáneo. La gota que horada la piedra, horada porque insiste.

En la lenta tarea de hacer poco tal vez logremos la complicidad del analizante. Justo es saber que esa tolerancia es sintomática, parte de lo mismo. Preparación obsesiva al servicio de tener todo controlado y en orden antes de la batalla con el hombre- padre. Batalla que probablemente nunca llegue si nos quedamos ahí porque la busca sin pretenderla. Pero ojo con la hipótesis del boicot porque eso sería adjudicar poder ahí donde hay impotencia. Decíamos recién que de las resistencias se ocupa el analista. Ojo con dar vueltas las cosas porque se paga caro. Y en el caso del paciente con más dolor y desesperanza, lo que no es lo mismo pero es igual. Puede conducir a la deserción.

Algunas de las cosas que Freud prometió para después, nunca llegaron. Vivió largos años pero una vida demasiado corta para tanta creatividad.

En “Análisis terminable e interminable” hace una llamativa llamada a pie de página. Luego de mostrar en varios textos la lucha del obsesivo con su padre y su epopeya para evitar la sumisión, se extraña en esa cita, la connotación es nuestra, de que algunos teminen “dominados” por una mujer.  Después de todo, decimos nosotros, el exilio vital estaba en relación a la intensidad edípica de la relación con su madre, tal vez confirmada antes y después del sepultamiento. ¿Porqué pretender  que esa mujer que desaira sea sólo objeto de amor cuando eligió a otro? ¿Porqué pretender que el amor tan solo sea amor cuando, aquí mismo, nos hemos internado en su sustrato? Efectivamente, para el psicoanálisis no hay pureza, menos aún de sentimientos.

Es cierto que la escisión del objeto amoroso puede llevar a la disociación santa madre- puta amante, pero la clínica parece indicar que no hablamos de una característica del pensamiento obsesivo, no exclusivamente. Parece una simplificación que deja de lado los no pocos hallazgos del objeto embardunado en una contradicción afectiva más propia de la posición depresiva que de la equizo- paranoide, si volvemos a Freud.

La única salida a tanto odio con destinatarios a veces difusos, a veces no, pero siempre amados o al menos imprescindibles para la supervivencia, desembocan en este visible Superyó, que vuelve el sadismo contra el sujeto y lo disfraza de gentil, pero en un disfraz tan magro que chinga por todos los costados. Por eso en estas épocas de incrementos de la furia inmediata y el pasaje al acto, el Superyó puede verse a menudo desbordado. No siempre nos da esta oportunidad pero cuando ocurre es una puerta de acceso privilegiada, pero de sufrimiento culposo generalizado. El mayor dolor de “no ser tan rubio” duele por la caída del amor externo, pero sobre todo porque le recordó su sensación de desheredado del amor.

Si luego de un tiempo todo sigue como entonces será que probablemente algo no hemos podido escuchar de estos movimientos que a veces son dedicados. Si la transferencia ha hecho lo suyo, allí estaremos firmes y en la convicción de que no hay que tomarse por quien el otro nos toma pero sin mirar para otro lado sino hacia la restauración de los amores primarios. Ahí estamos para operar con nuestras herramientas. Para eso nos hemos ofrecido, y claro que tenemos que ver…y oír.

El pinzamiento en el cuerpo produce dolores intensos que además se irradian y simulan su origen o al menos tratan. El sujeto cree saber pero cada vez se impotentiza más. Cuando la vida lo cruza con alguien dispuesto a desordenar aún más los huesos para encontrar otra forma de acomodarlos, estamos en los comienzos de la salud. De eso se trata.

A modo de cierre

La invitación a hablar del pensamiento obsesivo es, primero que nada, a hablar de Psicoanálisis. Para quienes creemos en la palabra y apostamos a ella, y además acentuamos que la vida es verbo en diferentes presentaciones, el pensamiento es esa forma de desplegarse en el mundo que cada quien trae o despliega. Freud investigó y desarrolló meticulosamente todo lo referente al tema. Lacan afirmó que  lo que había que saber sobre Neurosis Obsesiva lo aprendimos en “El hombre de las ratas”.  Y no había mucho que agregar. Lo meticuloso y lo obsesivo se dan de bruces. El meticuloso construye con una envidiable minuciosidad operativa mientras el obsesivo queda varado, presa de sus dilemas. Preferimos ser meticulosos en la trasmisión de experiencias desde otros bordes pero sin abandonar el tema, que obsesionarnos en decir algo distinto desde los textos de siempre. El resultado nos conforma. El pensamiento obsesivo también es palabra viva sujeta a revisión. No todo está dicho, mucho menos, pensado.

 

Bibliografía de referencia

Aulagnier Piera- El aprendiz de historiador y el maestro brujo- Amorrortu Editores

Fenichel Otto- Teoría psicoanalítica de las neurosis- Paidos

Foucaut Michel- Los anormales- Fondo de Cultura Económico

Freud Sigmund- Informe sobre mis estudios en Paris y Berlín- Obras Completas- Tomo I- Amorrortu Editores

Freud Sigmund- Inhibición, Síntoma y Angustia - Obras completas- Tomo XX- Amorrortu Editores

Freud Sigmund- Pulsiones y destino de pulsión- Obras completas- Tomo XIV- Amorrortu Editores

Galende Emiliano- Ciclo de conferencias- El tratamiento psicoanalítico- 4/6/1987- Cuadernos RAP- Publicación de  APBA (Asociación de Psicólogos de Buenos Aires)

Garaventa Jorge- Che Caracas, je t´aime- La Docta Ignorancia- N* 10- http://www.ladoctaignorancia.com.ar/index.php/revista/revista-la-docta-ignorancia

Garaventa Jorge- Diagnostique ya!-  revista Dialogar Nº 46- Colegio de Psicólogos de Cordoba-http://cppc.org.ar/2014/06/26/dossier-revista-dialogar-n-46-del-colegio-de-psicologos-de-cordoba/

Garaventa Jorge- El diagnóstico: ¿Senda o destino?-  Revista Nuestra Ciencia nº 15- Colegio profesional de la Provincia de Córdoba

Garaventa Jorge- Esa perogrullada llamada psicoanálisis- http://www.jorgegaraventa.com.ar/perogrullada.htm

Horstein Luis- dialogo con Piera Aulagnier- Cuerpo, Historia e Interpretación- Paidos

Klein Melanie- Envidia y Gratitud- Obras Completas- Volumen VI- Paidos- Horme

Lacan Jacques- La dirección de la cura y los principios de su poder- Escritos 2- Biblioteca Nueva- Siglo XX Editores

Lacan Jacques- Las relaciones de objeto- El seminario- Libro IV  Las relaciones de objeto- Paidos

Miller Jacques-Allan- La sutura. Elementos de la lógica del significante- Significante y sutura en psicoanálisis, varios autores, ed. Siglo XXI

Piaget Jean- Génesis y Estructura en Psicología de la Inteligencia- Seis Estudios de Psicología- Planeta- De Agostini- España- 1985

Revista Nuestra Ciencia nº 15- Colegio profesional de la Provincia de Córdoba

Segal Anna- Introducción a la obra de Melanie Klein- Melanie Klein,  Obras Completas- Volumen I- Paidos- Horme

Untoiglich Gisela- En la niñez los diagnósticos se escriben con lápiz- Noveduc Editorial-

 

*Publicado en Actualidad Psicológica