Volver

 

Puntualizaciones psicoanalíticas sobre el abuso sexual a las niñeces

Jorge Garaventa

 

Dice Miguel Bassols que Borges afirmaba que alguien muere recién cuando muere la última persona que lo conoció.

Se comprenderá que espacios como este son un pasaje a la inmortalidad del pensamiento, en este caso, de David Maldavsky para quienes lo hemos seguido desde sus textos y sus conferencias, y además de la persona y pensamiento de quienes han tenido el buscado e inteligente privilegio de formarse con él.

Queda en claro entonces que estamos en un espacio de Psicoanálisis y desde allí trataremos de decir algunas cuestiones sobre el llamado abuso sexual contra la niñez, entendiendo que, más allá de usos y costumbres, y sin ponernos puristas ni fundadores, necesitamos cuestionarnos el concepto de abuso porque eso lleva al riesgo de trasmitir que en una forma moderada sería pensable el ejercicio sexual genital contra la niñez.

Esto no es algo que estuvo claro desde siempre sino que corresponde a profundos replanteos de época donde los colectivos recogen lo que el psicoanálisis pregona desde el origen en relación a lo que se nombra y sus formas de hacerlo.

Entendemos por violencia sexual contra la niñez la irrupción de la sexualidad genital adulta en la sexualidad infantil en ciernes. Y de esta definición se desprenden algunas cuestiones. Que hay una actitud genital adulta y que hay una sexualidad infantil.

Este último punto es crucial ya que en el afán de magnificar la actitud abusiva del adulto se convierte al niño o a la niña en una tabula rasa, intentando negar su desarrollo psicosexual, que no participa, o no necesariamente en el proceso, pero que cobra importancia en lo que a posteriori ocurre, esencialmente las formas del trauma.

Laplanche plantea que cuando un adulto se excita con un niño da señales que a este le cuesta interpretar porque no están en su universo. Tal vez se entiende más si tomamos a Ferenczi cuando habla de la confusión de lenguas. Se trata de dos lenguajes donde uno no tiene las herramientas de decodificación y el otro tampoco tiene ningún interés empático ni solidario.

Dejamos aquí planteado algo a resolver.

Ante la moralización devenida de ciertos colectivos radicalizados, desde el psicoanálisis han dejado de pensarse algunos temas que podrían poner más claridad en esta y otras problemáticas.

Erotismo y excitación por ejemplo. Por ahora señalemos entonces que lo que deviene violencia sexual no tiene que ver con la excitación sino con la genitalización y consecuente manipulación del otro.

El trauma que genera el abuso sexual tiene que ver con que aporta un exceso de excitación que desborda al Yo, que este no está en condiciones de absorber y procesar que además está siempre presente. El yo puede intentar formas de resolución, ninguna de las cuales es inocua en principio. Una de ellas es el encapsulamiento de esa vivencia y la consecuente desconexión de la cadena asociativa. Una personalidad empobrecida por la gran cantidad de energía al servicio de sostener la defensa, un plus de excitación no encausado más lo reprimido pujando por su retorno. Ese es el panorama, con momentos de semejanza a una psicosis que pone a la psiquis en la evidencia del arrasamiento subjetivo.

Esta lejos esta situación de ser tan lineal como la describimos solo a los fines de marcar un camino. Pero todo lo que ocurre es tan complejo como multideterminado. El abuso pone a vibrar la estructura toda y la reacción a este es lo acontecido más la historia.

Cuando un niño, una niña o un adolescente padecen un ataque sexual por parte de un adulto, estamos ante un acto perverso. Esto nos ubica claramente en una situación de victimización.

Para poder plantearnos la reversión del daño es menester, en primera instancia, comprender la magnitud de lo acontecido, sin desdeñar detenernos a entender quiénes son los protagonistas de una escena- historia conformada por víctima y victimario, por más antipáticas que resulten las denominaciones pero que remiten a alguien que no pudo defenderse y otro que arrasó.

Algún sector del psicoanálisis se ha mostrado adverso a atender adecuadamente el concepto de víctima. El rechazo nace en la concepción popular del término que lo asocia fatalmente con la pasividad y por ende con efecto de conmiseración en quien observa.

El analista necesita detenerse en esa parálisis subjetivamente universal que provoca ese acontecimiento que nunca pudo ser ligado como posibilidad de experiencia real. Estamos hablando de la condición traumática y traumatogénica del abuso sexual.

La cristalización del conflicto y la sintomatología concomitante que se genera desde el abuso sexual, se sostiene en los efectos del ataque y el anudamiento de estos con los desarrollos psicosexuales del niño.

El encuentro en la práctica profesional con el abuso sexual guarda similitudes de efecto con lo que Lacan ha teorizado como irrupción de lo real. Dice que el sujeto está atravesado por una barrera de lenguaje, pero existe algo que escapa a toda simbolización: lo Real. El registro de lo Real se presenta como “un vacío traumático”, del cual solo nos llegan indicios a través de signos y síntomas.

El desahogo es el cierre de un tramo, muchas veces angustiosamente extenso que rompe con un secreto pero no con los pactos que lo ataron al abusador. Aquí empieza otro capítulo de la dirección de la cura que bien conducido ha de internarse en los albores de la culpa. Tantos años de encierro ominoso en el insoportable clima de una mente sufriente, no se restauran con un vómito que reestablece la homeostasis pero que, hasta ahí, deja intactas las condiciones para que un nuevo proceso de sometimiento al sadismo superyoico se reinstale. Los efectos de la implosión traumatogénica son extensos, intensos y resistentes,

Las condiciones de arrasamiento subjetivo del abuso sexual se entrelazan con las formas de la constitución temprana de la psiquis. Por eso sostenemos que la culpa es secundaria en el abuso, no en jerarquía, sino en relación a los tiempos de producción.

Voy a Melanie Klein citándome a mí mismo en actualidad Psicológica: “La autora describe al bebé con una intensa y prolífica actividad fantasiosa y un conglomerado de ansiedades que se despliegan en dos posiciones, la equizo- paranoide y la depresiva. El motor de estas ansiedades, que muchas veces no vacila en describir como terror, está ocasionado por la pulsión de muerte, el trauma de nacimiento y las experiencias tempranas de hambre y frustración. Como defensa se genera la disociación tanto del yo como del objeto en bueno y malo, que Melanie Klein llama pechos. De esta manera el bebé proyectaría en el pecho bueno los efectos de las pulsiones vitales, y en el malo las intensas hostilidades que experimenta. En un niño dependiente, y con alta labilidad y sensibilidad, las sensaciones de desatención y hambre convocan e odio destructivo que es rápidamente eyectado hacia la madre mala. Pero a su vez se activan las sensaciones de retaliación que son introyectadas al yo. La madre buena es quien puede calmar estas ansiedades terroríficas. El odio y en terror, entonces, son las presencias inevitables de esta etapa. Algunas vivencias y modos de resolver estas ansiedades acompañarán al ser humano toda la vida.

El niño pasará luego a la posición depresiva. ¿Que cambia aquí? Anteriormente se veían como dos objetos parciales separados; ideal y amado, y perseguidor y odiado. En el periodo la principal ansiedad refería a la supervivencia del yo. En la posición depresiva la ansiedad también se siente por el objeto que ha sido dañado por el odio. Lo fundamental es advertir la existencia de fantasías y sentimientos de odio en relación con el objeto amado, prototípicamente la madre. Estamos ante la primitiva aparición de la culpa.”

Otro aspecto: Según cita Freud en su obra Tres ensayos sobre teoría sexual:

“Es instructivo que bajo la influencia de la seducción el niño pueda convertirse en un perverso polimorfo, siendo descaminado a practicar todas las trasgresiones posibles. Esto demuestra que en su disposición trae consigo la aptitud para ello; tales trasgresiones tropiezan con escasas resistencias porque, según sea la edad del niño, no se han erigido todavía o están en formación los diques anímicos contra los excesos sexuales: la vergüenza, el asco y la moral. (...) es imposible no reconocer algo común a todos los seres humanos, algo que tiene sus orígenes en la uniforme disposición a todas las perversiones.”

Freud revisó a posteriori varias de sus afirmaciones en relación al abuso sexual, estableciendo nuevas pautas, pero sin abandonar plenamente sus investigaciones anteriores. La teoría de la seducción es reemplazada parcialmente por la afirmación del concepto de realidad psíquica.

Este proceso que significó un verdadero terremoto para el maestro vienés, se ha utilizado para intentar deslegitimar lo esencial de su teoría. Incluso, la libre traducción que López Ballesteros hace de una frase freudiana aporta confusión, o maliciosas deformaciones. Como bien señalara Etcheverry en su última traducción, Freud jamás dijo: “Mis histéricas me mienten”. Sabido es que el español sacrificó el rigor de las Obras Completas, priorizando la pomposidad discursiva.  La frase, ahora rescatada sostiene: “Mi Neurótica me miente”. “Neurótica”, con mayúsculas, remitía al conjunto de las teorías freudianas hasta ese momento, como bien puede establecerse rastreando la comunicación epistolar con Fliess. En el camino queda también perdida la frase en la que Freud afirma que detrás de cada fantasía se encuentra un hecho real de abuso sexual.

Dirá Lacan que aquel estaba sometido a las contingencias humanas. Cuando pone en duda el abuso concreto hacia niñas y niños sostiene que de ser así, muchísimos padres serían abusadores, incluso el suyo propio. Ante semejante implicación nos queda por afirmar que si esta manifestación de honestidad intelectual se intenta utilizar para degradar la obra freudiana, se tira por la borda, no inocentemente, la única teoría que nos permite entender racionalmente las causas del arrasamiento psíquico y de la persistencia del desmontaje psico sexual que el abuso genera.

Para cerrar este tramo, Freud, en rigor, no reemplazó una concepción fáctica por una fantasmática, ya que desde un comienzo puso énfasis en que no era la experiencia misma sino el correspondiente recuerdo reprimido,  psíquicamente activo, del abuso sexual padecido en la infancia lo que provocaría la neurosis.

Pero hay otra forma más primaria de prevención y más efectiva aún. Escuchar a los niños, valorizar su palabra, darle crédito y contención. Cuando la palabra de un niño circula, cuando siente que su verdad ocupa un lugar en el universo simbólico adulto, cuando se recrean los modos de contención, cuando se lo supone sujeto de derecho, pero no para diseñarle formas penales de incriminación sino para convertir su palabra en plena, estaremos vacunándolo tempranamente contra el suicidio y las conductas autodestructivas”.

Marisa Punta Rodulfo intenta sintetizar: “La clínica del trauma se encuentra actualmente puesta sobre la mesa del debate en psicoanálisis después de algunas épocas en las que fue retirada de allí en beneficio de la realidad psíquica o del fantasma. Conocemos las más variadas posturas en la historia del psicoanálisis, desde su relegamiento a un lugar secundario hasta su promoción a causa primera entre las causas. Cualquier concepción que privilegie lo estructural tiende inevitablemente a minimizarlo, cualquier posición historicista tiende a reivindicarlo. Dichas  posturas tienen que ver, a grandes rasgos, con el pensamiento psicoanalítico que se inclina hacia lo fantasmático o, como contraparte, con el pensamiento psicoanalítico que repara y se detiene particularmente en el peso y el valor de lo disruptivo en los procesos subjetivos”.

Si acordamos que el niño o la niña amaron a su abusador, que de ello, dicho muy esquemáticamente, devino odio y culpa ante la estafa y el abuso, ¿cómo no permitirnos pensar que la transferencia negativa, cuando deviene, no sea una reacción actualizada que poco tiene que ver con la fantasmática del Edipo y mucho, demasiado, con la promesa de amor corrompida en la irrupción de la sexualidad perversa del adulto en la sexualidad en ciernes de ese hombre- mujer, que está frente a nosotros actualizando sus sentimientos infantiles?

Suele causar escozor, rechazo y hasta reacciones destempladas ubicar algo del amor en estas situaciones. Si no se puntualizara eso, muchos aspectos del abuso contra la niñez quedarían sin explicación. Ocurre que la palabra “amor”  sigue capturada por el romanticismo. Pero es necesario traerlo. Después de todo, el mismo Lacan sostenía que el amor y el odio  están del mismo lado. Atienden en el mismo mostrador, agregaría, y en definitiva trabajan para el mismo dueño.

No estamos hablando de nada del orden de lo recíproco. El abusador no ama. Seduce, manipula, engaña. Puede responder a pulsiones que desconocemos o desconoce, pero el avance hacia la perpetración es consiente y planificada. La construcción de la clandestinidad es de arquitectura prolija. Sabe lo que va a hacer. Tiene conciencia de las consecuencias subjetivas de su accionar abusivo y avanza. No le importa, podría decir una mirada incrédula o condescendiente. Le importa y mucho. Todo lo que va a ocurrir amalgama su placer. No es necesario escalar en el horror moral que genera la presencia del abusador. Basta con registrar la devastación psíquica que genera en quien padece sus atropellos.

Un punto importante a pensar: La persistencia sintomática en la adultez, la actualización del trauma, no son secuelas. Es la presencia renovada por vía transferencial, de lo que aún no se ha terminado de resolver.

Si, como afirmamos antes, hay arrasamiento subjetivo, hay devastación psíquica,  han de pensarse las intervenciones como reparadoras y subjetivantes. Pero difícilmente sea posible si se escatima reconocer el lugar del cual se parte.

¿Necesariamente quien padeció un ataque sexual en la niñez está signado al sufrimiento?

Quienes sostienen que un ataque sexual no es necesariamente traumático tal vez desatienden la estructura de la eficacia del trauma. De la misma manera, es osado pretender que algunos de estos hechos pasaron desapercibidos y que recién, ante la reiteración de un hecho similar, tiempo después, cobra el dramatismo por el cual deviene traumático. Estamos en la geografía del segundo tiempo  del trauma. ¿Efectivamente pasó desapercibido la primera vez o no tuvo efecto patógeno?  Es difícil pensarlo así. La reacción ante la repetición del estímulo, más bien parece decir que estaba allí, agazapado, esperando la oportunidad de develarse. Tal vez, siguiendo con la misma lógica, allí anida el primer tiempo de la disociación.

No parece, en estos casos, que una de las opciones terapéuticas espontaneas planteadas por Freud, tenga efecto. El hecho traumático queda encapsulado, al abrigo del paso del tiempo.  No hay desgaste en ese sentido. El amor, la otra forma posible, lejos de “sanar” las secuelas, las enmaraña en los devenires afectivos y sexuales. Ni referencia necesitamos hacer hoy, absolutamente enajenado por la acelerada impronta productivista de la sociedad capitalista, al lugar terapéutico que le presumía al trabajo. No obstante, nunca es vano señalarlo; las singularidades, su historia y el entramado de las series suplementarias y complementarias determinarán que historia se escribe. Aquí somos tajantemente analistas. No damos nada por sentado ni por supuesto. Pero las hipótesis de aproximación son necesarias.

Las personas que sufrieron ataque sexual de parte de un adulto cuando eran niños o niñas, suelen ser señalados con una lógica estigmatizante. Aquella que dice que quien padeció abusos en su niñez devendrá abusador en la adultez. La experiencia clínica no suele confirmar esta hipótesis. Más bien lo habitual es lo inverso. Niñas y niños abusados parecen desarrollar una vulnerabilidad que los pone en riesgo de padecimiento en todas y cada una de las instancias de su vida. Este estigma lo hemos trabajado largamente tanto Eva Giberti como yo y ha dado lugar a lo que he denominado “El mito del abusador abusado”.

 

Bibliografía de Referencia

Bleichmar, Silvia. (2013). Las teorías sexuales en psicoanálisis. Paidos. Bs as. Argentina.

Ferenczi, Sandor. (2009). Confusión de lenguas entre los adultos y el niño. El lenguaje de la ternura. En Problemas y métodos del psicoanálisis. Horme. Bs As. Argentina.

Freud, S. (1976). Estudios sobre la histeria. Sigmund Freud. Obras Completas, II. Amorrortu. Bs As. Argentina.

Freud, Sigmund. Tres ensayos sobre teoría sexual. Obras completas. VII. Amorrortu Editores. Bs As. Argentina.

Garaventa Jorge- (2020). Diálogo con Eva Giberti- Noveduc- https://www.youtube.com/watch?v=9mkBLzXSG-s&t=1236s .

Garaventa, Jorge. (2021). El arrasamiento subjetivo en el ataque sexual a la niñez. Abuso sexual. Actualidad Psicológica Nº  509. Bs As. Argentina.

Garaventa, Jorge- El odio, el amor, la culpa y el psicoanálisis- Actualidad Psicológica Nº 497. Bs As. Argentina.

Garaventa, Jorge. (2008). El mito del abusador abusado. http://jorgegaraventa.com.ar/mito_abusador_abusado.htm

Giberti, Eva y otros- Incesto paterno filial. Una mirada multidisciplinaria. Editorial Universidad. Bs As. Argentina.

Klein M. (1961). Nuestro mundo adulto y sus raíces en la infancia. Revista de Psicoanálisis. Volumen 18. Asociación Psicoanalítica Argentina. Bs As. Argentina.

Laplanche, Jean. (2015). Una entrevista con Jean Laplanche. https://revistaalter.com/revista/una-entrevista-con-jean-laplanche/3605/

Maldavsky, David. (2015). Un acusado de abuso y su entorno: el maestro amor, su orientador, sus partidarios, sus oponentes. Estudio de los deseos y los valores con el Algoritmo David Liberman (ADL). http://dspace.uces.edu.ar:8180/xmlui/handle/123456789/3458

Punta, Marisa. Bocetos psicopatológicos: el psicoanálisis y los debates actuales en psicopatología. Paidós. Bs  As- Argentina

Toporosi, S. (2018). La apropiación del cuerpo ajeno. Acerca del abuso sexual infanto Juvenil. Diario Página 12: https://www.pagina12.com.ar/107518-la-apropiacion-del-cuerpo-ajeno

Toporosi, Susana. Catorce claves sobre el abuso sexual en la infancia y la adolescencia. https://www.pagina12.com.ar/207428-catorce-claves-sobre-el-abuso-sexual-en-la-infancia-y-la-ado