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El Rencor Femicida

Aspectos Criminales de la Organización Social

 

Jorge Garaventa

para La Tecl@ Eñe

 

En el año 2014 fueron 277 las mujeres y niñas asesinadas, junto a ellas las víctimas masculinas del feminicidio: 29 los homicidios vinculados de hijos, esposos o amigos.  Son unas pocas menos que en el año 2013 y unas pocas más que el año anterior, reflexiones cuantitativas que en nada atenúan la magnitud de la tragedia, pues una sola muerte es ya intolerable. En total fueron 1808 los femicidios entre el 2008 y el 2014, como informa el Observatorio Adriana Marisel Zambrano, coordinado por la Asociación Civil La Casa del Encuentro. Son la evidencia de un mal que no está en retirada, de un drama estructural que exige intervenir.

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El éxito de los femicidios radica en las lagunas del sistema social. No alcanza ya con decir que son muertes anunciadas. Estuvo bien para una novela de García Márquez y para que simbolicemos el fallido sendero de las denuncias durante un tiempo, pero hablamos de una realidad que se tapiza de sangre de mujeres. Las medidas clásicas no son suficientes. El femicida es fanático de la condena que dispuso y no cejará hasta cumplirla, aún a costa de su libertad, la vida de sus hijos o su propia muerte.


 

No se trata de hacer un culto al desánimo. No llegamos gratuitamente a estos desenlaces,  ni los femicidas son alliens venidos de otras galaxias. La muerte de mujeres por su condición de tal,  es efecto, deseado o no, de la organización social que nos forma y en la que formamos a nuestros hijos. El desafío  es como frenar este mecanismo que se gatilla cada 35 horas, y en paralelo, pensar de una vez por todas, pero en serio, si además de necesidad, hay deseo de empezar a sembrar una sociedad igualitaria que más que cambiar leyes necesita cambiar cabezas…y hacer cumplir las que están vigentes.


 

Difícil encontrar femicidios en los que no haya una construcción paciente y sistemática del desenlace, pero no es allí sino en la convivencia social  tolerante con la exacerbación de conductas de dominio, descalificación y control sobre las mujeres donde podemos comenzar a hallar el origen de estas matanzas. En definitiva, el femicida potencial es un delegado de la sociedad y actúa en su nombre aunque a veces “se le vaya la mano”.

No es ociosa esta alusión irónica al exceso, tan cara a nuestra memoria en nuestra historia de violación de los derechos humanos. Rara vez se ha reconocido eso desde los responsables sino más bien  se habla de un exagerado ejercicio del deber que los llevó al exceso.


 

Y no es casual la comparación ya que no pocos femicidas de lo único que se lamentan, si se lamentan, es que se les fue la mano, aunque la saña del hecho y las consecuencias visibles del “escarmiento” hacen nada creíble su palabra. La mano llegó hasta donde estaban dispuestos previamente.

Lo grave es cuando estas concepciones, más a menudo de lo que pueda suponerse, se encuentran infiltradas en fallos judiciales. Es que el ideal de mujer sigue inalterable en las concepciones patriarcales. Casta, sumisa y devota.


 

Y si hablamos de concepción patriarcal es que estamos en el campo de la cultura, precisamente el espacio desde donde ha de saldarse la deuda que impide avances serios en la lucha contra un delito que se ha mostrado refractario al endurecimiento de las penas que lo castigan.


 

Debería quedar claro entonces, que el castigo y exterminio de una mujer que dice “basta!” no es una decisión individual sino un mandato que algunos hombres encarnan. El femicida es el ejecutor, conciente y responsable de un crimen que viene inventado desde más lejos.


 

Vamos a hacer un par de aclaraciones antes de avanzar ya que transitamos  un terreno minado y pretendemos que ninguna bomba  nos explote en las manos cuando justamente de lo que se trata es de pensar las violencias sin tapujos.

La concepción de sujeto- sujetado, tan latente en Freud y con tanta prestancia esquematizada por Lacan, está lejos de poder ser blandida como justificación de hechos “irracionales”, ya que el psicoanálisis jamás renunció a contemplar el libre albedrio en el derrotero personal. La determinación de los actos de los sujetos implica una tendencia que no es ni plena ni irreversible. Es lo que diferencia “Trieb” de “Instintic”, “Pulsión” de “Instinto”.


 

Por eso Freud contemplaba la eficacia de la decisión subjetiva, ese momento en el que un sujeto decide si hace o no hace.


 

Lo compulsivo inevitable hace tope en algunas cuestiones de las que nos hemos ocupado largamente, por ejemplo el abuso sexual infantil y la violación sexual de mujeres. Los victimarios tejen y esperan pacientemente el momento en el que pueden perpetrar su atropello, sin testigos ni interrupciones. Saben que es algo “que no debe hacerse”, y de allí sus estrategias de impunidad que a veces, sobre todo en el abuso a niños, implica esperas de años.


 

El rencor femicida es de otra índole. Independientemente de quienes “generosamente” pretenden encuadrarlo en un proceso psicótico, conciencia e intencionalidad deshabilitan cualquier intento de inimputabilidad.


 

La imputabilidad de un sujeto, bueno es recordarlo, no pasa por si está encuadrado en determinada estructura de personalidad. Menos aún si se trata de alguien “sano” o “enfermo”. No son esos criterios con los que se maneja la Justicia, ni con los que debemos manejarnos nosotros si de verdad pretendemos una cabal comprensión del femicidio.


 

Lo que se nos pide es que determinemos si el sujeto era o no conciente de sus actos en el momento de cometer el delito, y si sabía el daño y el sufrimiento que iba a causar. Las conclusiones hieren por su crueldad ya que se logró lo que se buscaba.


 

Establecer claramente estas cuestiones es el camino que nos permite esperanzarnos en el diseño de políticas preventivas. Conocer en profundidad de qué se trata aquello de lo que pretendemos prevenirnos, ahondar certeramente en la conformación de estos productos sociales es el punto de partida. Pero no es más que ello, porque el resto está por hacerse.

En estas mismas páginas hacíamos referencia a uno de los recursos más frecuentes que suele ser el camino hacia la impunidad o la atenuación de penas. Nos referimos a la “emoción violenta”, ese constructo psi- jurídico cuya aplicación parece estar hablando más de la ideología de jueces y fiscales que del hecho que se está juzgando. Se hace imperativo, entonces, traer algo del análisis y las explicaciones de entonces a la vez que solicitar a nuestros lectores que se detengan a tratar de aprehender un concepto que suele ser la vía regia a la complicidad judicial, y se sabe, el mayor error de omisión es presuponer que las cuestiones de los tribunales son exclusividad de jueces, fiscales y abogados.


 

Algunos de los párrafos que siguen han sido extractados de otro trabajo nuestro: “Emoción Violenta, esa machaza impunidad”, publicado en otro número de esta misma revista. Creemos válida, tanto la transcripción parcial que hemos hecho, como la relectura de aquel escrito.


 

Es fundamental entonces partir afirmando lo que más claro está: Estos individuos, los femicidas, son concientes del delito que cometen y del daño que les causan a  sus víctimas. Ningún atenuante es válido ni debería ser considerado ya que de lo que se trata en definitiva es de la puesta en acto de una concepción ideológica previa al crimen.


 

Para que el estallido emotivo resulte excusable será necesario que el cuadro emocional encuentre explicación no por la misma conmoción anímica sino por alguna circunstancia de la que, en el caso, pueda predicarse capacidad generadora de esa excepcional emoción violenta.


 

Es decir que pueda constatarse la existencia de un hecho de aquellos que en el acontecer ordinario de las cosas son generadoras de una emoción violenta, esto es, de una emoción superior a la que de por sí es propia de suponer en todo aquel que mata. No hablamos de la rabia, ya que de acuerdo a la ideología judicial basada en numerosa jurisprudencia, rabia no es sinónimo de emoción violenta, ya que según se afirma, por sí misma la ira es neutra de valor, judicialmente hablando.


 

Por lo cual tanto debe someterse a un juicio estimativo de la excusabilidad de las circunstancias que provocaron su aparición –indignación- justo dolor- ya que de no mediar este requisito podría beneficiarse del privilegio de la figura a los hombres coléricos, iracundos, intemperantes, violentos o mal educados.


 

El “estado emocional” típico de la figura del Art. 81 Inc. 1º del Código Penal debe tener origen en una causa externa al autor con entidad suficiente para producir emoción violenta, de modo que si bien la ira puede en ocasiones llevar a ese estado, no lo abastece la que proviene exclusivamente de la intemperancia del autor.


 

Otro dato a tener en cuenta es que el homicidio producido en estado de emoción violenta, opera como circunstancia de atenuación de la pena, no como causal de inimputabilidad.


 

Si en un juicio se está debatiendo la emoción violenta como causal de un femicidio, se está hablando, en realidad, de la culpabilidad de la víctima y no del victimario.


 

Por eso insistimos en afirmar que la batalla contra el Patriarcado no es Jurídica sino cultural. Hoy es la emoción violenta, pero mañana tendrá otro nombre. No son las vestiduras de la impunidad sino de los privilegios consagrados como naturales para “algunos” y de la conculcación de derechos sexuales y afectivos para “otras”.


 

El discurso social, cultural, el sustento del antifeminismo no ha desaparecido sino que cambió sus formas. El colectivo de mujeres desde sus diversas estructuras y luchas ha logrado avances significativos en torno al ejercicio pleno de sus derechos y como consecuencia de ello se ha acorralado notoriamente la ostentación del machismo que, hoy replegado, anida en formas vergonzantes y chistosas. Se sabe lo que se debe decir. El discurso políticamente correcto se ha instalado. Pero la contundencia de la violencia hacia la mujer desmiente cualquier tipo de repliegue creíble y permanente. Será el Estado a través de políticas públicas, fundamentalmente en lo educativo, en lo jurídico y en salud mental, quien tendrá en sus manos la llave para revertir la situación. Para ello es necesario conciencia plena y voluntad política. Las organizaciones intermedias de la sociedad han hecho todo o casi todo hasta ahora.


 

Sostenemos que el femicidio es la fase superior de una serie de violencias, que, de tan naturalizadas, se tornan en definitiva,  imperceptibles. Es allí donde ha de hacerse la tarea central de prevención, porque cuando otra mujer muere, una vez más, está todo perdido. Es  la esperanza en las políticas públicas fundamentalmente educativas la que nos hace pensar que con un esfuerzo social liderado por el Estado y en plena conjunción ejecutiva con las ONG, organizaciones no gubernamentales, puede ser el comienzo de la reversión.

Más que puntos de partida hay acciones en simultáneo,ya que no se puede seguir postergando la prevención pero tampoco descuidar el aquí y ahora que es acuciante.


 

Un paréntesis. Son tiempos de sumar esfuerzos. No intenta este escrito portar una crítica cómoda y despiadada. Seríamos injustos si no señaláramos los esfuerzos que desde el Estado realizan algunas personas y organismos. De lo que hablamos es de una estrategia centralizada que incluya a todos los sectores donde seguramente Educación, Salud y Medios de Comunicación han de tener un rol central.

La prevención desde los primeros escalones que incluya la perspectiva de género es a esta altura inevitable y necesaria. Los niños y niñas en edad pre escolar están en condiciones de entender la diversidad, la diferencia, lo igualitario. Somos los adultos quienes necesitamos convencernos de que ello es posible.


 

La educación pre escolar y la primaria necesitan egresar niños y niñas con concepciones que pongan en jaque lo patriarcal. No se trata de adoctrinamiento sino de formación elemental que desnaturalice los principios patriarcales.


 

La escuela secundaria, y más en épocas de noviazgos violentos, es otro terreno fértil para intentar desandar lo andado.

A lo largo de la geografía argentina hemos participado en distintos talleres en escuelas secundarias donde se sacudía la problemática del “bulling” o “acoso entre escolares”. En algunos lugares, la Ciudad de Marcos Juárez, en Córdoba, por ejemplo fue escenario de jornadas en el tiempo en el que se sumó el esfuerzo de la comunidad educativa, el gobierno local y organizaciones de la sociedad civil. Los resultados ameritaron el entusiasmo, a la vez que pone en evidencia la presencia de esa juventud responsable, entusiasta y capaz de cuestionar los lados oscuros de la cultura adolescente. Lamentablemente esa juventud no es noticia en los medios masivos de comunicación.


 

Lo que pretendemos poner en evidencia con el ejemplo anterior es que cuando una problemática se hace cuerpo en una comunidad, es posible trabajarla y concientizar acerca de las razones de su aparición y permanencia y hallar colectivamente formas de neutralizarla.

La Salud, y sobre todo la Salud Mental han avanzado enormemente en cuestiones de diagnóstico y pronóstico, e incluso en desenmascarar diagnósticos encubridores que facilitaban la impunidad o culpabilizaban a las víctimas, pero está en deuda la profundización de las causas que posibilitan la constitución de la personalidad femicida. Para que sea efectiva, esta tarea, como todo lo que venimos planteando debería encararse desde la interdisciplina . El campo de las violencias se ha complejizado de tal modo que no podemos menos que reiterar que ningún sector tiene la sumatoria del saber y de las prácticas que permita intervenciones eficientes. Aunque sea una verdad de Perogrullo digamos que establecer cuáles son las condiciones de producción de sujetos violentos en general y femicidas en particular, es esencial porque abre la posibilidad de actuar sobre aquellas.


 

Va de suyo la importancia que cobra contar con los medios de difusión estatales habida cuenta de que permite pensar, diagramar y ejecutar campañas de sensibilización y concientización que apunten en primera instancia a visibilizar y poner en cuestión los estereotipos de género y luego avanzar en develar las distintas violencias que se desprenden de su estratificación.


 

Ya no importa si estamos ante un problema de larga data o que se va instalando paulatinamente. No es el tema, preocupación periodística habitual, si hay más mujeres asesinadas o se visibiliza más. Sabemos que ocurre y que no es poco. Tal vez se muestre más y tal vez haya más mujeres asesinadas. Que el Estado finalmente ponga en marcha la encuesta sobre femicidios será una señal clarísima de que se pone al frente de las preocupaciones y un incentivo invalorable para quienes venimos ocupados, preocupados y entristecidos de que en nuestro país mueran 5 mujeres por semana en su intento de retomar o sostener su independencia de la prepotencia machista.


 


 

*Psicólogo- Moderador del foro virtual “Femicidios Hoy”