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¿Perversión Infantil?

Después del perverso polimorfo ¿Qué?

Jorge Garaventa

 

En vedad, hace ya mucho tiempo, el filósofo Arthur Schopenhauer expuso a los hombres el grado en que sus obras y sus afanes son movidos por aspiraciones sexuales —en el sentido habitual del término—. ¡Y parece mentira que todo un mundo de lectores haya podido borrar de su mente un aviso tan sugestivo! Pero en lo que atañe a la «extensión» del concepto de sexualidad, que el análisis de los niños y de los llamados perversos hace necesaria, todos cuantos miran con desdén al psicoanálisis desde su encumbrada posición deberían advertir cuan próxima se encuentra esa sexualidad ampliada del psicoanálisis al Eros del divino Platón.

Freud (Tres Ensayos)

 

Freud no dijo que el niño es un perverso polimorfo sino que podría devenir en ello cono efecto de la seducción por parte de un adulto. Semejante escotoma en la lectura y trasmisión de la palabra freudiana carece de inocencia, como tantos otros, y apunta a suavizar las aristas más ásperas del psicoanálisis.

¿De qué seducción hablaría Freud? ¿De la que refería antes o después de aquella llamada al pie de página en Estudios sobre la Histeria? ¿De la carta 69? ¿De la conferencia 33?

Intentaremos ser precisos sin ser textuales. A lo largo de su obra el maestro vienés planteó distintos tópicos acerca del abuso sexual infantil, pero hubo momentos claramente controversiales que se expresan tanto en el prolífico intercambio de correspondencia con su amigo Fliess como en aquella famosa llamada antes referida.

Freud, se sabe, no trabajó con niños ni se planteó hacerlo, razón por la que es lícito concluir en que sus desarrollos en ese sentido tuvieron que ver con poder desandar historias de adultos en su fría residencia vienesa o en la neblinosa Londres, pero también de la observación directa de niños y niños, fundamentalmente su descendencia directa. Crecida su hija Ana, es lícito sospechar que su abultada tarea clínica contaba con la supervisión de su padre, al igual que, se dice, los avatares de su inconciente en sesión.

Freud sostuvo durante mucho tiempo la hipótesis fáctica de que los adultos presentaban floridas manifestaciones sintomáticas, sobre todo histéricas, que eran tributarias de haber padecido situaciones sexualmente abusivas. Hasta allí nos podríamos aventurar a decir que el desarrollo del psicoanálisis tuvo mucho que ver con las investigaciones sobre aquellas histerias, que difícilmente hoy conceptualizaríamos como tal, y de las consecuencias del abuso sexual infantil, recorrido, este último, que finalmente Freud parece poner en cuestión en las formulaciones posteriores, pero que nunca quedan sistemáticamente plasmadas en un escrito, como sí hizo con temáticas sobre las que suponía haber llegado a un desarrollo bastante acabado.

La “desmentida”, (ruego conservar este concepto), que Freud realiza de la experiencia acumulada, se emparenta con el horror al que nos enfrenta el abuso sexual infantil y sobre todo, el incesto paterno- filial. Esta vuelta, que está lejos de ser definitiva y plena, permite no obstante focalizar la atención en la realidad psíquica y dicen algunos que da cabida al nacimiento del psicoanálisis propiamente dicho ya que desarrolla profundamente el concepto de fantasía y sus derivados sintomáticos.

Lo cierto es que en relación al abuso sexual infantil, nunca termina de adoptar la hipótesis de las fantasías sustitutivas como tampoco de abandonar la lectura traumática, tal como se ve en la Conferencia 33 sobre la femineidad.

Muchas cosas se dijeron sobre este período, algunas con evidente intención de destruir el corazón del psicoanálisis, y hasta se inventaron frases, en compañía de López Ballesteros, que Freud jamás pronuncio, la más célebre de las cuales fue: “mis histéricas me mienten”. La infeliz traducción debió haber sido, como bien corrige Etcheverry, “mi Neurótica me miente”. La atenta lectura del intercambio Fliess- Freud permite establecer cabalmente que no se refiere a ninguna paciente en particular sino a su cuerpo teórico en desarrollo que denominaba precisamente de ese modo.

Hablamos antes de la desmentida y del horror freudiano. Introduce el concepto de fantasía para explicar y entender su propio horror. “Después, la sorpresa de que en todos los casos el padre hubiera de ser inculpado como perverso, sin excluir a mi propio padre,”.

Si lo dicho por Freud en relación a su padre fue el relato de una fantasía propia o una forma de relativizar aquello que no podía concebir, la extensión del universo de abusadores de niños, es algo que no ha afectado directamente al psicoanálisis, aunque si algunas lecturas posteriores.

Porque hay algo sobre lo que Freud no volvió, y es a sus dichos de sus primeros trabajos psicoanalíticos donde afirmó que en el fondo de una fantasía sexual subyace siempre una situación de abuso.

Ahora, retomamos lo que planteamos más arriba, no hay estructuralmente un niño perverso polimorfo, ni siquiera por devenir. Eso sería confundir al niño con su estructura, con su desarrollo psicosexual, con alguna sintomatología, posición o lo que fuere, lo cual nos colocaría en el campo del etiquetamiento, tan ajeno al psicoanálisis.

Corregimos entonces aquella frase inicial para plantear que ante el influjo de la seducción adulta la sexualidad del niño se torna perversa polimorfa. Y es esta la primera puntualización sobre perversión que nos aparece. En este caso la perversión del niño sería tributaria de la relación con otro que lo encarrila en esa senda. Y a lo largo de nuestra tarea y nuestros estudios podemos confirmar que esa es la constante. No lo habría por desarrollo libidinal ni por conformación subjetiva o constitucional. Lo primero que cae entonces es la posibilidad de una estructura perversa en la niñez.

¿Pero de qué hablamos cuando hablamos de perversión?, porque, bien se sabe que, en primer lugar es un tema que proviene de la psiquiatría, y luego, ha quedado muy emparentado con la moral.

La psiquiatría adopta el concepto desde un lugar de poder, de control y de normatización. Establece que perversión refiere a las conductas sexuales desviadas de su fin normal, léase coito con algunos breves permitidos previos.

Con el preciosismo de los dos desarrollos tópicos en relación a lo pulsional, Freud da por tierra no solo con la ilusión de normalidad sino con las presunciones de control del placer y la sexualidad. Lo normal termina siendo lo menos recurrente en la sexualidad humana, cuestión que queda claro cuando el psicoanálisis indaga en las prácticas sexuales de quienes consultan parapetados detrás de una arquitectura de síntomas que se les tornan incomprensibles pero que la técnica devela como anudamientos pulsionales. Y si hablamos de lo pulsional, estamos en el corazón de la sexualidad.

No hay sexualidad perversa porque no hay sexualidad normal cuyo desvío da espacio a aquella, salvo cuando se torna idéntica a sí misma, recurrente y fija, cuando la modalidad de satisfacción se establece siempre en la misma modalidad. Fijeza y monotonía, apuntamos.

Para entender la perversión Freud recurre al concepto de fijación, por lo cual podemos decir que el perverso es un sujeto que se queda ahí. Mauricio Abadi se atrevió a decir en algún momento que el perverso, por la forma de posicionarse frente a la castración, finalmente no tiene acceso a la sexualidad adulta. Pero allí nos internamos en el campo de la perversión adulta que excede el objetivo de esta exposición.

Decía Lacan que la perversión hace referencia a un particular lazo con el otro. La perversión del niño sería entonces posición, producto o efecto subjetivo. Será su relación con la satisfacción hacia el otro lo que lo establece en esta temprana posición perversa.

Freud a su vez advierte que la sexualidad en la niñez, se despertará de cualquier modo aún en ausencia de seducción. Y si bien no desarrolló cabalmente esta afirmación queda claro que cuando habla de la activación de la disposición perversa está hablando de otra cosa.

Cuando investiga la crueldad en el niño ante la cual este establece una relación de familiar naturalidad, remite a la terceridad, a la necesidad de que algo, alguien sea dique de contención. Por la particular composición familiar de la época, Freud remitía al padre. Lacan redobló la apuesta y remite al Nombre del Padre y a la función paterna, Llegándose a afirmar, no necesariamente Lacan,  que su declinación es más o menos responsable de todos los males contemporáneos.

Silvia Bleichmar rescata el tema de la terceridad, pero al igual que Michel Tort cuestiona la referencia a funciones de época. Nuestra compatriota tempranamente fallecida intercala la cuestión de la ética que tempranamente se percibe en el niño y que podría subjetivizarse con aspectos de consideración hacia el otro significativo. Ya que volviendo a los temores freudianos, alerta sobre el riesgo de que la crueldad sin freno se entrelace  con la pulsión erótica. Pero Freud sabía de la inutilidad del pretendido freno a la pulsión, por eso entre los destinos posibles para pulsiones que podrían devenir en destinos perversos acuñó el concepto de sublimación y la ilusión de los destinos nobles.

El análisis con niños y niñas ha tenido una vasta construcción acerca de cuya importancia y efectividad no necesitamos abundar demasiado. Dependiendo de la edad y las características particulares de un niño que transite alguna posición perversa, podríamos decir que se requerirá el trabajo conjunto y complementario con sus adultos significativos inmediatos, padres, madres y o quienes ejerzan las funciones indispensables en el cuidado y acompañamiento del niño.

Porque de lo que se tratará, seguramente es de desarmar esa trama que ubicó al niño como instrumento de satisfacción del otro significativo, que muchos analistas identifican con la madre real y nosotros preferimos pensar desde las funciones. Acompañar a desenlazar esa posición sabiendo que estamos hablando de la posición perversa de ese niño o niña, pero de la historia de las posiciones perversas de sus adultos de referencia.

Todo esto es posible si nos tomanos el trabajo de dejar la moral y las buenas costumbres del otro lado de la puerta del consultorio, y si entendemos que sostener, enunciar y hasta señalar la ausencia de límites para el descarrio conductual está reforzando ese lazo perverso, hilo conductor de todas las angustias que anudan a ese niño con esos adultos.